«De una hija que, impotente, intenta buscar una explicación en el sistema que es capaz de hacer un traje vital no consentido con sus ciudadanos.»
«Me pregunto quién es nadie para decidir quién debe vivir o morir»
El nombre que representa la vida que me corresponde vivir es Gema. Vivo, y moriré, como cualquier otro ser humano, amparada por el sistema legal que rige en la sociedad donde me encuentro integrada. Llevo 45 años de relativamente apacible viaje. Nací en el seno de una familia de lo más normal, en una época de pleno desarrollo de un país que siempre he considerado agradable y moderno y que, hasta hace bien poco, me ha ido surtiendo de lo necesario en todos los planos. Siempre he estado muy ligada al entorno en el que me ha tocado desarrollarme, y lo hice con entusiasmo y con la alegría que supone el no sentirme un ser individual y extraño, siempre colaborando.
Sin duda, de entre todos los grupos sociales que me han tocado en suerte, y que, hasta ahora, me han ido arropando y enriqueciendo como persona, el más importante, valioso e irrenunciable está siendo mi familia. Soy muy afortunada de tener los padres que la iniciaron, unos hermanos que la continuaron, un marido, cuñada y unos sobrinos e hija que la siguen acrecentando en una línea de continuidad, creedme, envidiable.
.../ Hace ya año y medio que el cuerpo que albergó la figura de mi madre nos lo acabó arrebatando la odiosa enfermedad del Alzheimer. Mi padre tampoco está. Sin hacer ruido y sin molestar, hace menos de una semana, y de manera muy rápida, alguien decidió que no tenía derecho a seguir viviendo. Alguien decidió, sin consultar a la familia, que era un ser no prioritario y que, por ello, no tenía derecho a ser cuidado en las mismas condiciones que cualquier otro ciudadano de este país.
Inmersa en la ceguera de mi enojo, no acierto a entender qué diferencia existe entre ser no prioritario y ser susceptible de aplicación de una eutanasia encubierta no consentida. Y me pregunto, ¿quién es nadie para decidir quién debe vivir y quién debe morir sin dar oportunidad a la actuación, certera o no, de los medios físicos y químicos de los que dispone de la sanidad pública en un último intento de recuperación de la salud perdida?
Me pregunto, también, una y otra vez, en el ofuscamiento que me produce la injusticia a la que ha sido sometido mi padre, ¿qué daño habrá hecho él para que no se le puedan aplicar remedios de contrastada eficacia de recuperación de su enfermedad, como a cualquier otro ciudadano?
Es mucho el dolor que siento después de los acontecimientos vividos, e intento paliar ese daño forzando a mi memoria a producir recuerdos agradables sobre la vida disfrutada al lado de mi padre y recuerdos no tan agradables sobre sus años de niñez y juventud.
Gema López-Rey
La carta completa en ABC
1 comentario:
Periódicamente suelo publicar una carta, ahora que ya casi no se escriben cartas.
Aprovecho esta via para enviar mi ánimo a todos. Es tremendo la cantidad de historias que ahora nos van llegando, la cantidad de historias que se han tejido, muchas vidas que se fueron porque fue una avalancha la que se vino encima y no llegaban las manos ni los respiradores.
Ahora debemos escuchar en silencio y no juzgar precipitadamente a nadie. El dolor es muy grande para mucha gente que lo sufrió en sus carnes. Y algo hemos aprendido: que nos estábamos abandonando, que hemos dejado aparcado el sentimiento, que pocas veces se nos repetirá con tanta claridad este mensaje.
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