Jacinto Prada | Bilbao
Revista Pernía | Nueva Época
Fuiste pronunciada por los labios agrestes de la sierra
como un empeño imposible,
como un vagido
acosado por el zodiaco total.
Empujaste tu existencia hacia adentro,
hasta el centro
denso y tenso.
Todos creyeron tu muerte:
La buena tierra, el agua y el sol;
el viento que te sembrara -¡también!-
olvidó tu nombre.
Era tu carne nervio
y nervio tu mirada verde-cenicienta
y tu cuerpo se apretaba, se ceñía, se abreviaba
como un beso puro nervio
Atadura de dos fuegos.
Dejarretó el invierno la peña:
intrusa sobre puntillas
infiltraste entre las grietas
tus sueños inacabables de nidos y de palomas.
La noche desnuda
se bañaba entre las cosas
a luna partida,
a silencios ciegas.
Hubo un vacío en el tiempo.
Curvaste tus lomos…
Después
todo fue un rechinar de quebrantamientos.
Al contemplar hoy tu tronco centenario
y tu garra deformada
he pensado en mi estatura,
la que mido hacia adentro.
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