La nobleza gozó de igual suerte que el clero, de gran prestigio y poder desde los comienzos de la Reconquista, pues siendo la lucha continua, natural era que aquellos caudillos que al lado del monarca peleaban, adquiriesen, en premio de sus servicios, privilegios y exenciones.
De aquí que la nobleza, no sólo poseyera tierras y vasallos, sino que contribuyera a la gobernación del reino, ya individualmente, desempeñando los principales cargos del mismo; ya en colectividad, tomando parte en los concilios.
En los primeros momentos, la nobleza fue de origen, esto es, se consideró noble al que descendía de noble; pero bien pronto al lado de esta nobleza, apareció la concedida por el monarca a los caudillos que más se distinguían en la guerra, siendo de notar que desde entonces la nobleza se atribuyó lo mismo a individuos, que a familias determinadas, que a localidades y comarcas. La idea de nobleza, fue siempre acompañada de la de riqueza, como lo demuestra el hecho de llamarse ricos a los que constituían el primer grado de la jerarquía nobiliaria.
La combinación de estas dos ideas, explica el que, según el Fuero Viejo de Castilla, pudieran renunciar a la nobleza los que perdieran sus bienes, así como que pudiesen volver a adquirirla, si los recuperaban.
Como la mujer seguía la condición del marido, era noble, la casada con un noble, pudiendo darse el caso, según el cuerpo legal citado, de que la hija de un noble perdiera su nobleza por casarse con persona que no perteneciese a tan elevada clase, si bien a la muerte de éste la recuperaba.
Se deduce de lo dicho, que si la nobleza era de origen, podían aspirar a ella todos los ciudadanos, y que la idea nobiliaria se hallaba relacionada, primero con el estado de la monarquía, y después con la idea de la riqueza.
Ni todos los nobles eran iguales en categoría, ni gozaban de iguales derechos ni privilegios, sino que existía entre ellos una verdadera jerarquía, siendo sus inmunidades mayores o menores, según el grado que en la misma ocupasen.
El jefe de la nobleza era el rey, por concentrarla toda ella en su persona y poder dispensarla a los clemás; le seguía el príncipe de Asturias, los infantes, primates o príncipes (denominación conservada de tiempos anteriores), condes (especie de gobernadores de grandes territorios, con tendencias hereditarias), ricos ornes infanzones (que eran respecto de los ricos ornes, lo que los infantes con relación al rey), caballeros y señores de vasallos.
Caballeros eran todos aquéllos que habían sido armados tales, mediante las ceremonias religiosas, civiles y militares que existían al efecto, por un igual o superior a ellos. De suerte que, más que un grado de la jerarquía nobiliaria, era un estado o situación al que podían aspirar todos los nobles. Tampoco los señores de vasallos eran, en rigor, clase alguna nobiliaria, pues, como todos los que poseían tierras en las que vivían personas que de alguna manera les estaban sometidas, recibían tal nombre, claro es que podían ser señores de vasallos, todos los nobles, desde el rey hasta los infanzones.
Matías Barrio y Mier (Verdeña, 1844 – Madrid, 1909)
De la serie, "Historia General del Derecho Español".
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