Un día más. Todos en la plaza, esperando a Tiburcio. Nos llega con otro cuento de los suyos. Se arranca: «Eustaquio llevaba toda la vida en el pueblo. No por amor al terruño ni por épica campesina: simplemente, detestaba el tráfico, las reuniones y a la gente que decía
«brunch». Había sido pastor, inventor aficionado y campeón local de lanzar alpargatas a tomar por saco. Un día, harto de ver a urbanitas usando el campo como fondo de pantalla, decidió hacer justicia tecnológica. Transformó su
boina castellana -lana, razón y dignidad prensada- en una plataforma de
inteligencia artificial campestre. Usó el chip de un horno industrial, tres alambres y un hechizo de un almanaque que venía con las natillas. El resultado: una boina que decía cosas, que predecía y, si hacía falta, te calificaba con acento inespecífico. Pronto llegaron los de la gran urbe: diseñadores de apps que nunca habían pelado una cebolla, influencers con botas nuevas y alergia al polvo, así como sociólogos especializados en «dinámicas agroafectivas». Todos querían probar la funda/mental. Sacarle partido. Monetizarla. Alguno incluso propuso una versión «veggie» sin tiras merinas. Eustaquio los dejó. Y, mientras posaban junto a tractores y preguntaban si las ovejas eran de aquí, él tomaba
vino en bota con una expresión que decía «no vais a entender nada». Al principio, la boina les respondía con paciencia. Luego, empezó a generar datos en
sánscrito,
citas apócrifas de Séneca y consejos como «riega cuando el espantapájaros mire raro». Un día, un tipo propuso convertir la susodicha en wearable para
festivales sostenibles. La misma le enseñó la salida con un pequeño cortocircuito en la ceja, inocente. Otro intentó sincronizarla con su smartwatch. Aún no ha vuelto a parpadear del todo bien. Se fueron tan embrollados como llegaron. Solo quedó una mujer que no dijo nada, ni pidió selfies y que ayudó a podar un
almendro sin preguntar qué era un almendro. A Eustaquio le pareció bien. A ella también. Desde entonces, la
inteligencia rural sigue activa. No en servidores, sino en una cabeza testaruda bajo el sol. Moraleja: Cuando el campo te responde, no siempre es sabiduría. A veces es sarcasmo con GPS y olor a corte de alfalfa». Y tomaron el café. Sea.
Una buena reprimenda la que nos lanza aquí Julio César en su post de hoy en "los sábados al sol", a través de su fiel perro Tiburcio, para todos aquellos que quieren apuntarse un tanto mentando al mundo rural y colgándose medallas por haber sido los primeros en querer poner en valor aspectos de su esencia con el fin de conseguir adeptos en sus reces sociales modernas para lograr algún beneficio; si en muchas ocasiones ni siquiera portaron por él. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios. Saludos de Tiburcio que hoy quiere aprovechar la mañana dando un paseo de otoño. Y enhorabuena a todos los colaboradores. Un placer
ResponderEliminarHoy Julio César en Curioson nos presenta un relato metafórico, muy a tener en cuenta, con ese léxico tan rico que tantas veces a mí me desborda. Yo, al menos, me lo apunto y me lo aplico.
ResponderEliminarFeliz fin de semana.