Ante el cuadro de Félix de la Vega
“OJOS PARA MIRAR”
Primero fue el hombre Félix. Un día, sintió la fuerza ineludible del amor corriendo por sus venas y dejó que llegase hasta su corazón para alzarse grande y distinta, renacer río de agua y viento, camino perpetuado en otros ríos de sonrisas que hoy acompañan nuestro vivir. Y supo, tocado por los dioses, que el hombre es más grande cuando el fuego que bebe en sus venas se transforma en arte y luz, en llama que alienta los ojos y hace brotar emoción entre quienes, absortos, buscan el íntimo descubrimiento de la belleza creadora, contenida en sus cuadros, en cada uno de ellos. En esos amaneceres personales del pintor Félix de la Vega.
Fundación Díaz Caneja | Momento-compartido-Óleo-sobre-táblex-144x122-2004
Firmeza sabia en la obra de artista consumado.
Energía que abarca los límites del lienzo.
Locura de colores para saciar el ansia creativa del descubrimiento,
Ilusión en su paleta de colores.
Xilófono en manos del viento sus pinceles.
Félix de ingenio y de verdades,
creador de seres que regalan sus miradas,
plenas de ternura y sensaciones.
Muy juntos, quizá para quitarse el miedo del vivir, arropándose uno al lado del otro, tal vez porque el calor es mínimo y grande la necesidad de robarle al sol cada uno de sus rayos. Nunca descubriremos la decisión íntima y personal, la que llevó al pintor a elegir, con acierto, uno a uno estos personajes. Es posible dejar que nuestra imaginación vuele para aventurarnos en tu obra, mínimamente, Félix, y pensar que necesitabas perpetuarte en ese mundo de seres singulares, en quienes nos has dejado una parte de ti mismo, un regalo para todos nosotros que ya, para siempre, amigo, nos pertenece mientras oímos la música del concertista que busca en su piano poner en alto la alegría que se volvió pequeña con tu marcha, demasiado temprana cuando la vida te era, nos era, tan necesaria.
Energía que abarca los límites del lienzo.
Locura de colores para saciar el ansia creativa del descubrimiento,
Ilusión en su paleta de colores.
Xilófono en manos del viento sus pinceles.
Félix de ingenio y de verdades,
creador de seres que regalan sus miradas,
plenas de ternura y sensaciones.
Muy juntos, quizá para quitarse el miedo del vivir, arropándose uno al lado del otro, tal vez porque el calor es mínimo y grande la necesidad de robarle al sol cada uno de sus rayos. Nunca descubriremos la decisión íntima y personal, la que llevó al pintor a elegir, con acierto, uno a uno estos personajes. Es posible dejar que nuestra imaginación vuele para aventurarnos en tu obra, mínimamente, Félix, y pensar que necesitabas perpetuarte en ese mundo de seres singulares, en quienes nos has dejado una parte de ti mismo, un regalo para todos nosotros que ya, para siempre, amigo, nos pertenece mientras oímos la música del concertista que busca en su piano poner en alto la alegría que se volvió pequeña con tu marcha, demasiado temprana cuando la vida te era, nos era, tan necesaria.