La Leyenda del Espigüete, Curavacas y la Cascada de Mazobre
Hace muchos siglos, cuando los dioses aún caminaban por la tierra, existía una joven pastora llamada Mazobre, que vivía en un valle escondido entre las montañas de la Montaña Palentina. Era conocida por su bondad y su canto, que hacía florecer los prados y calmaba incluso a los animales más salvajes. Sin embargo, su corazón estaba dividido, pues dos gigantes de piedra la observaban desde las alturas: el Espigüete y el Curavacas.
El Espigüete era un gigante altivo, de formas afiladas y elegantes, que brillaba al sol como si su cumbre estuviera cubierta de oro. Cada día, miraba desde su altura a Mazobre y le decía:
—Pastora, ven conmigo. Desde mi cima podrás tocar las nubes y gobernar el mundo.
Por su parte, el Curavacas, de rostro robusto y alma serena, la contemplaba en silencio, dejando que sus bosques y ríos hablaran por él. Cuando Mazobre subía a sus laderas, sentía en su corazón una paz profunda, como si el gigante la abrazara con su fuerza y calidez.
Ambos gigantes comenzaron a discutir entre ellos por el amor de Mazobre. Sus rugidos resonaban por los valles, y sus enfrentamientos hacían temblar la tierra. Mazobre, al ver la destrucción que su disputa causaba, les rogó que cesaran.
—¡Por favor, deteneos! —les suplicó—. Yo solo deseo vivir en paz con la montaña y cuidar de este valle que tanto amo.
Pero los gigantes no la escucharon. Sus enfrentamientos se intensificaron hasta que un día, un poderoso rayo cayó entre ellos, partiendo la tierra. Mazobre, que estaba cerca, cayó al abismo creado por el rayo, y de sus lágrimas nació un manantial que pronto se convirtió en una cascada.
Los gigantes, al ver lo que habían hecho, quedaron petrificados por el dolor y la culpa. Espigüete y Curavacas, convertidos en montañas inmóviles, aún vigilan la Cascada de Mazobre, que fluye eternamente como un recordatorio de la pastora que amaron y perdieron.
Los habitantes de la Montaña Palentina dicen que, en los días de tormenta, el rugido del viento entre las cimas no es otra cosa que los lamentos de los gigantes, arrepentidos por haber destruido lo que más amaban. Y que la bruma que a veces envuelve la cascada no son nubes, sino las lágrimas de Mazobre, que todavía llora por la paz que nunca pudo lograr entre los dos gigantes.
Mi Tierra en el Corazón