Entonces descubrimos que todo, no es más que una inmensa carcajada.
Soy un despojo. Sólo eso. Estoy disminuido, deteriorado, hacinado... destruido. Esto que ha transcurrido y que no es tiempo me ha dejado vacío. Sólo yo existo, así es que está bien. Bien en el etéreo desmantelamiento de los valores. Bien en el yugo de la poesía que lo es todo. Bien en el mal perverso que se crea a sí mismo. La diatriba que soy y me manifiesta no esconde rencores, sólo recaba rumores. Se nutre y se pudre. Y lo pudre todo a su alrededor. Hasta que el hálito de mis raíces produce un vómito celestial. Las estrellas se mojan cuando el Sol llora y los pedazos que flotan como estiércol diseminado se avergüenzan de sí mismos y de su omnipresencia en el codo único y sin pliegues. Ese que somos todos. Ese que nos permite el ensoñamiento con lo que está bien. Y todo está bien. Porque cada uno de nosotros así lo decide en el aislamiento de la realidad. Esa realidad pútrida que regenera bacterias comiéndose siempre a sí mismas. Y flota, todo flota. Como si el pensar estuviera quieto sobre una mesa. Como si llorar y reír fuesen la misma fiesta. Como si lo aquí escrito hubiese sido borrado mil veces. Lloran las penas y ríen las alegrías. Todos bailan en el mismo evento. Sin música, sin acordes. Todo culmina en risas. Es donde se unen las dimensiones perdidas. Se respira el gas letal de la vida. Entonces descubrimos que todo, no es más que una inmensa carcajada.
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