Fernando Martín ADURIZ
Recorre el viajero como cada 26 de diciembre, esa Ruta por la Montaña palentina. Desde los años setenta en estas fechas tocaba Albergue de Navidad. Barruelo, Arbejal, Salcedillo, Cervera, San Salvador de Cantamuda, Camporredondo, son algunos nombres de esa evocación no nostálgica, sino hoy de aprovechar el instante, a lo Dickens en su “Cuento de Navidad” cuando afirma rotundo: «¡Desconoces que la ocasión perdida de una sola vida es irreparable!».
Tiene este viaje el sabor de los recuerdos, más la felicidad por la belleza del reencuentro. Hoy nieva, especialmente al pasar Triollo y La Lastra, y el viajero los pasa con la reductora para superar los repechos, evocando otras travesías a pie, más duras, y esa conversación con Don Carlos R. Serrano cuando al regalarle la película “Los Faquires” le emocionó con su peripecia de búsqueda de aquellos míticos jóvenes montañeros palentinos que perecieron en el Curavacas.
Atrás quedó Otero de Guardo, Velilla, El Brezo, un seco Pantano de Compuerto y un medio vacío Pantano de Camporredondo. Atravesar Alba de los Cardaños y ver una de sus calles con un manto apacible de nieve es una estampa que merece un viaje, y máxime en medio de uno de los pueblos más fotogénicos de nuestra provincia.
Al llegar al Alto de la Varga y ver el cartel de GR1 (sendero histórico) el viajero sueña con hacer más etapas de esa ruta aún poco conocida, ese gran recorrido que recorre nuestra montaña desde el bosque de Montemayor y el puente romano Arrojadillo hasta el Espigüete, en seis etapas, con varios tramos, y ochenta y ocho kilómetros, por senderos muy bien señalizados.
Y el cartel de la Senda del Gigante, única, mágica, con su leyenda amorosa, que habla de soledad y de dolor por la marcha de los hijos.
Esta ruta por la Montaña Palentina me han llevado al consejo del poeta turco Hikmet:
No vivas en la tierra
como un inquilino
ni en la naturaleza
al modo de un turista.
Vive en este mundo
como si fuera la casa de tu padre.
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