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Victoriano Crémer, poeta

En 2007 cumplía cien años Victoriano Crémer


La autora de este artículo, que lo conocía y lo trataba a menudo, ahora académica en la Institución Telle Téllez de Meneses, no quiso que pasase desapercibido. 


Poeta del hombre, poeta humanísimo y humanista, solidario e irrepetible. 



Hay que celebrar su aniversario, y que haya logrado superar las muchas vicisitudes a las que tuvo que enfrentarse, y sobre todo hay que agradecer que haya sido capaz de plasmar y transmitirnos en maravillosos versos y en páginas narrativas impresionantes ese latido capaz al mismo tiempo de sacudirnos y de incitarnos a leer más y más su obra.

Crémer tuvo que padecer las carencias de un niño pobre que tenía que simultanear estudios y trabajo, y ponerse a vender periódicos a los diez años para aportar el valor de un cuartillo de leche al fondo familiar.

Ejerció el periodismo clandestino y se vinculó desde muy pronto a movimientos obreros y sindicalistas, y durante la guerra civil estuvo preso en San Marcos y en la cárcel de Puerta Castillo, en León. Las durísimas experiencias de aquellos días quedaron reflejadas en sus obras, en verso y en prosa (El Libro de San Marcos, El Libro de Caín, Los trenes no dejan huella, Los terroristas de la Sábana Santa, Historias de Chu-Ma-Chuco, etc).

También durante la guerra, se casó. Crémer vivió cincuenta años enamorado, amando a su esposa con exaltación, y escribe la palabra Amor con mayúscula; también cree que el hombre que no es capaz de enamorarse, está perdido: es como una piedra o un animal, y responde afirmativamente a la pregunta de si hoy es posible todavía morir de amor.

Poco a poco, su figura fue siendo conocida y respetada, y llegaron los premios: en 1963 el Premio Nacional de Poesía Leopoldo Panero, en 1991 es investido Doctor Honoris Causa en la Universidad de León, en 1995 recibe el Premio Castilla y León de las Letras, en 2001 el Premio José María de Cossío de Periodismo...

Crémer afirma sin dudarlo, que lo más importante para el ser humano, con dignidad, si puede ser; le asusta el tiempo, y la muerte, y sin embargo les planta cara con el optimismo que lo caracteriza: La edad es una asesina. Hay que hacer como si no se la conoce. Lo que importa es la voluntad.
Su afirmación de que la poesía es un lujo de pueblos pobres pero honrados, así como su convicción de que ser poeta es una de las cosas decentes que nos es dado ser a los hombres en la sociedad actual, son por sí solas suficientemente elocuentes.

Este joven de cien años es un hombre todavía tumultuoso al que le atrae todo, que quiere vivirlo todo, y que afirma que si tuviera dinero y algunos años menos, acometería de nuevo la aventura de “Espadaña”, aquella revista desgarrada y comprometida que vio la luz en 1944 en León, y fue el punto de referencia de los poetas que no aceptaban el tipo de poesía entonces vigente en España.
Reconoce que la literatuta es hoy un menester inútil, y sin embargo está convencido de que paradójicamente, sólo los poetas   pueden mover los pueblos.

Afirma que escribir es una necesidad para él, y que escribe, entre otras cosas, para librarse de sí mismo.

Victoriano Crémer nació un 18 de diciembre en Burgos, siendo el sexto hijo de una familia humilde cuyo único medio de vida era el sueldo del padre ferroviario. Cuando él tenía diez años la familia se trasladó a León, ciudad de donde ya nunca saldría.

Así, la ciudad de León será escenario de momentos terribles y grandiosos, y estará siempre presente, llenando la mayor parte de sus páginas: Es León, este trozo vivo en el que muero, el fundamento de mi discurso... Quisiera hablaros  de una ciudad perdida entre piedras y emblemas y viejos pergaminos con olor a maderas y a sangres amarillas, que en la noche rechinan aventando fantasmas..., una ciudad cercada de murallas, de montes y pantanos y tierras de pan y vino agrio, donde los perros del pastoreo ladran a las sombras y se pierden las rutas del milagro.

Destacan como títulos de su obra poética: Tacto sonoro (1944), de fuerte contenido existencial, igual que Caminos de mi sangre (1947), La espada y la pared (1949), Nuevos Cantos de Vida y Esperanza (1951), Los cercos (1976), al que pertenece su conmovedor Testamento inútil: A mi esposa, a mis hijos, les dejo... / Nada que merezca la pena ser nombrado: / dos llaves, unos libros y papeles inútiles / con versos que nadie entenderá.../ Un nombre, es todo lo que tengo.

Su producción poética continúa imparable: Última instancia (1984), El fulgor de la memoria (1996), La resistencia de la espiga (1997), La paloma coja (2002), Relámpagos tardíos, y El palomar del sordo: poesía en llamas (2007).

Retrato de Encarnación Campesino
Para saber más de Victoriano Crémer, en Curiosón
Victoriano Crémer



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