No suelo tener problemas a la hora de enfrentarme a la página en blanco, salvo cuando tengo que escribir de y sobre mi pueblo, Saldaña, localidad palentina “a un extremo de Tierra de Campos”, allí “donde empieza la sierra a ondular”, “donde nace la vega fecunda”.
- TOMÁS MARTÍN | Saldaña
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Ver llena de amigos y conocidos la Sala de Exposiciones de La Casona, a pesar del temporal de lluvia y viento, que no cesó en toda la tarde, se lo debo a la magnífica organización del acto por parte del Ayuntamiento y al loable esfuerzo de Carmen Herrero, del departamento de Cultura y Turismo y amiga, para que resultara todo un éxito de asistencia de público. Gracias, gracias a todos, organizadores, presentadores y asistentes, por hacer irrepetible el 15 de abril de 2016, perpetuando en la memoria de mi alma todo lo acontecido, recordado y sentido durante sesenta minutos inolvidables.
Pernocté en Saldaña, y la lluvia fue la “culpable” de que no añadiera más emociones a las ya vividas, impidiendo que recorriera rincones de la infancia, lugares, parajes donde la naturaleza se muestra sin recato, esplendorosa y bella. Otra vez será. Sí visité, luchando contra el viento y la lluvia, la Plaza Vieja, mi querida Plaza Vieja. Ella y yo lloramos juntos al contemplar cómo el “dios automóvil” invadía sus entrañas, desnaturalizándola, emborronándola, robándole belleza… ¿Hasta cuando? Hasta que el pueblo quiera, supongo; o hasta que llegue el día en el que la propia Plaza se plante y diga “hasta aquí hemos llegado, no me merecéis” y termine de perder el embrujo tornándose gris y obsoleta, memoria, sólo memoria, anclada en el alma de todos cuantos la amamos y defendemos, sí, pero tan sólo eso, memoria del saldañismo, ese saldañismo que resiste y persiste en el alma de tantos saldañeses a pesar del paso del tiempo.
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Saldaña, donde empieza la sierra a ondular
Tomás, en los capítulos dedicados a la vida del Escritor, se toma justa venganza, con la mirada piadosa de la distancia, del ambiente represor y castrante del mundo rural allá por los años cincuenta. El Escritor recuerda desde la atalaya de su Isla:”tiempo oscuro, invierno permanente que instaló el nacionalcatolicismo, cargado de días insulsos, insípidos, inodoros, monocromos, con la Formación del Espíritu Nacional resonando en sus oídos”.
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