Un destello de fuego apareció en las hierbas más cercanas que como yesca se volatilizaron. Un hilo de humo se fue extendiendo, se oyó un chisporroteo hasta que unas llamas amarillas se agitaron incendiando el ramaje seco. La noche estaba como ausente, el inconsciente viento siguió soplando y sacó una lengua roja que se elevó en el aire contagiando su calor al monte. El humo se hizo más negro que la noche entre los árboles centenarios y oscureció el cielo estrellado. Las llamas se apoderaron de la espesura, se propagaron con su rugido incontrolable y lo arrasaron todo sin piedad tapando los gritos que los animales lanzaban a la noche. El viento siguió azuzando lenguas de fuego, crujió el bosque a ritmo de diástole alocado y el tronar del fuego pasó la carretera, prendió los extensos campos de cultivo y se arrastró devorando lo que encontraba a su paso. El viento cómplice llevó noticias de dolor y llanto a los pueblos cercanos y Carlos muy a gusto en su cama, seguía soñando.
Quién responderá por esto, por tanta devastación y daño si soy una triste colilla y tú te justificas diciendo no poder dejarlo.
De la sección de la autora en "Curiosón": "Retazos de vida"
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