Este capítulo de la historia de Guardo es uno de los más apasionantes y tristes que ha vivido esta villa del Alto Carrión. Mantuvo en vilo a los palentinos durante mucho tiempo, convulsionó los cimientos de la sociedad, traspasó los límites provinciales y fue cantado en coplas por ciegos y lisiados de feria en feria por toda España.
El matrimonio tuvo siete hijos, cifra normal en aquellos años. El primero, Paulino, nació el 20 de junio de 1.866. Dos años más tarde, tuvo a Eleuterio. En 1.870 nació la primera hija, Josefa. Tres años más tarde, el cuarto hijo fue otra niña, Silvana. Prudencio fue el quinto y nació en 1.875. Tres años después venía al mundo el sexto, Martín. El último fue otra niña, Felipa, nacida en 1.881. Cesárea tenía entonces 41 años. La última niña murió a los pocos meses. Prudencio había fallecido cuando contaba solamente tres años. Otro tanto le pasó a Silvana que murió al año de nacer. De los siete hijos solamente llegaron a adultos dos. Uno de ellos ingresó en un monasterio y se hizo religioso.
El marido falleció el 1 de agosto de 1.891. Fue enterrado en el cementerio viejo de Guardo. Le hicieron un entierro no de primera, pero sí bueno; costó 50 reales. Dejaba a Cesárea viuda a los 46 años después de 26 de matrimonio. Los dos hijos que le quedaban ya no vivían en Guardo ni volvieron por aquí.
¿Era realmente Cesárea bruja? Por supuesto que no. Lo que sí era muy chismosa y amiga de oler en vidas ajenas. Su carácter díscolo con las vecinas la llevó a enemistarse con ellas. Se llegó a decir que echaba mal de ojo. Un día, una vecina se despertó con los ojos enfermos y acusó a Cesárea porque el día anterior, después de una trifulca tonta entre ambas, le dijo muy enfadada que lo iba a pasar mal. El marido, convencido del “embrujamiento”, se armó de valor, se encaró con Cesárea y le amenazó de muerte si no dejaba en paz a su mujer. Al día siguiente, los ojos de la vecina volvieron a ser los de antes. A raíz de esto, le echaron encima la falsa condición de bruja que le llevaría hasta una muerte trágica. En otra ocasión las vacas de un vecino enfermaron y también culpó a Cesárea. Así, día a día, se fue agrandando el apodo de “bruja”.
El anochecer del 18 de diciembre de 1.896, cinco jóvenes guardenses se hallaban en la cantina. Quizá por culpa del frío reinante, recurrieron al vino para calentarse. El aburrimiento azuzó la imaginación y, sin saber por qué, alguien mentó a la “Bruja”. Ni cortos ni perezosos decidieron darla un escarmiento. Salieron del establecimiento. Ofuscados por la ignorancia y la superstición, encaminaron sus pasos a la calle “Valdecastro”. No les fue difícil entrar en la casa de Cesárea. Nadie sabe lo que allí se dijo ni qué hizo la pobre señora para defenderse de los cinco jóvenes encolerizados. Lo cierto fue que la ataron una soga al cuello y la colgaron de una de las vigas del techo de la cocina, junto a la hornacha.
Para saber más
“Guardo, sus gentes y su historia”, de Jaime García Reyero. Editorial Aruz, 2003
1 comentario:
Pues lo raro es que no se hiciese con ella la iglesia y la juzgase por bruja para quemarla luego en la hoguera...
Besos y lindo fin de semana Froi,
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