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Lupe Grande

Guadalupe Grande


“Cuando los días huyen a hurtadillas despreciando nuestro estupor (mientras se pudre el grano en el almiar) es menester ser precavidos.” 



Con esa tesitura acaba de dejarnos a los 55 años Guadalupe Grande, hija del crítico y poeta pacense Félix Grande y de la poeta y escritora Francisca Aguirre, Premio Nacional de las Letras en 2018. Estos meses, tal vez por el momento de incertidumbre que vivimos, he tirado de las madejas de gentes a las que he conocido cuando se marchaban, por las citas de otros autores que apreciaban su poesía. 

En el caso de Guadalupe, su obra siempre poco expuesta y promocionada, habla por ella. Dicen los críticos esta mañana que fue haciendo su senda entre poetas, entre poemas, entre libros, entre amigos, entre soledades. Basta un poema para expresarlo todo. No hace falta ni un libro, bastan unas palabras que te viene de dentro, encajadas en medio de otras, como lágrimas, para que se te despierte ese deseo de conocerla. 

Quién nos dijo 
mientras nos desperezábamos al mundo
que alguna vez hallaríamos
cobijo en este desierto.

Hay que decir en cuatro palabras lo que entendemos por vida, que no es fácil, porque el desierto al que hace referencia puede ser la ciudad con su desorden, muy repleta de todo pero vacía de contenido, y el cobijo puede ser también aquello que le ayuda, esa excepción de encontrar consuelo entre aquellos que entienden su entrega a pintar con poesía esta vida sin tiempo. De ahí, quizá, lo de considerar su trabajo diferente, muy personal, avalado también por importantes premios, como el Rafael Alberti.

Lupe puso su mirada en las ciudades y así como una palabra ya te sugiere la desnudez del mundo en tantas situaciones, donde a pesar de todo encuentras cobijo, en el Libro de Lilit, publicado en 1996, es como si estuviera describiendo este momento actual: "He venido a pregonar la escarcha de la duda”, “demos el último paseo de esta desdichada esperanza”, “sin la tristeza que da mirar el firmamento”. Alguien que conocía bien su obra asegura en la última crónica de urgencia que Lupe traza la topografía de la incertidumbre en esos poemas urbanos, densos y deslumbrantes. 

Quién nos hizo creer, confiar,
—peor: esperar —,
que tras la puerta, bajo la taza,
en aquel cajón, tras la palabra,
en aquella piel,
nuestra herida sería curada.

Imagen: De Sofran18 commons







LA MADEJA

Cada viernes en la tercera de Diario Palentino





LUPE GRANDE, IN MEMORIAM

Azogue

Vivimos de costado
pasamos de puntillas
Gracias a dios nadie quedará para recordar
en nombre de quién
habrá de dirimirse la venganza
Cuando el tiempo se escapa sin rostro de las manos
dejando un polvo amarillo en el azogue
es menester estar atentos.
Cuando los días huyen a hurtadillas
despreciando nuestro estupor
(mientras se pudre el grano en el almiar)
es menester ser precavidos.
Cuando la vida se oculta en los rincones
y no hay perro de caza que pueda hallar su rastro
solícitos acudimos a las puertas del miedo.
El bosque de certezas ardió hace tres noches.
Y yo he venido a pregonar
la escarcha de la duda.

(De El libro de Lilit. Ed. Renacimiento, 1995)


Junto a la puerta

La casa está vacía
y el aroma de una rencorosa esperanza
perfuma cada rincón
Quién nos dijo
mientras nos desperezábamos al mundo
que alguna vez hallaríamos
cobijo en este desierto.
Quién nos hizo creer, confiar,
—peor: esperar —,
que tras la puerta, bajo la taza,
en aquel cajón, tras la palabra,
en aquella piel,
nuestra herida sería curada.
Quién escarbó en nuestros corazones
y más tarde no supo qué plantar
y nos dejó este hoyo sin semilla
donde no cabe más que la esperanza.
Quién se acercó después
y nos dijo bajito,
en un instante de avaricia,
que no había rincón donde esperar.
Quién fue tan impiadoso, quién,
que nos abrió este reino sin tazas,
sin puertas ni horas mansas,
sin treguas, sin palabras con que fraguar el mundo.
Está bien, no lloremos más,
la tarde aún cae despacio.
Demos el último paseo
de esta desdichada esperanza.

(De El libro de Lilit. Ed. Renacimiento, 1996)


Bodegón

Las nueve y la cocina está en penumbra:
estoy sentada ante una mesa tan grande como el desierto,
ante unos alimentos que no sé cómo mirar,
y si les preguntara, ¿qué me contestarían?
Son naranjas de una cosecha a destiempo,
mandarinas sin imperio,
acelgas verde luto,
lechugas verde olvido,
apios sin cabeza,
verde nada,
verde luego,
verde enfín.
(Bandejas de promisión
en el condado del desamparo.)
La tarde se dilata en la cocina
y aquí no llega el sonido del mar.
La soledad de las naranjas se multiplica:
no hay pregunta para tanta opulencia,
aquí, en la serenidad de esta banqueta de tres patas,
rodeada por una muralla de mandarinas huérfanas,
una legión de plátanos sin mácula,
un bosque de perejil más frondoso
que la selva tropical.
Alimentos mudos y sin perfume:
os miro y sólo veo una caravana de mercancías,
el sueño de los conductores,
una urgencia de frigoríficos
y un rastro de agua sucia atravesando la ciudad.

(De La llave de niebla. Edit. Calambur, 2003)


Letanía sin nosotros

Es en este tiempo incierto, intacto,
es en este instante desnudo,
sin palabras, sin nosotros, tan sólo
tendido suavemente en el olvido.
Es bajo esta lluvia muda y ciega,
esta lluvia sin nosotros,
esta hora sin nosotros,
Este agua sin sed.
Es. Es sin siempre, es sin memoria,
es sin llanto y sin risa,
es sin miedo y sin gracias te sean dadas.
Es, como si eso fuera poco,
sin causa y sin remedio,
a pesar nuestro,
Y es, desde luego, sin calles ni avenidas,
sin fuentes ni estaciones,
sin la tristeza que da mirar el firmamento.

(De El libro de Lilit. Ed. Renacimiento, 1996)


La ceniza

Diccionario inventario
lista número preciso
cómputo de un idioma
que no podemos entender
Digo que no existe el olvido;
hay muerte y sombras de lo vivo,
hay naufragios y pálidos recuerdos,
hay miedo e imprudencia
y otra vez sombras y frío y piedra.
Olvidar es sólo un artificio del sonido;
tan sólo un perpetuo acabamiento que va
de la carne a la piel y de la piel al hueso.
Así como las palabras primero son de agua
y luego de barro
y después de piedra y de viento.

(De El libro de Lilit. Ed. Renacimiento, 1996)

1 comentario:

Carmen Arroyo dijo...

Tuvimos amistad sincera con Félix y Paca. Estuvimos con ellos aquí, en Palencia. De Guadalupe, cuando nos regaló el libro recién publicado, dijo que era muy buena y que tenía muchas esperanzas en su futuro. Conozco a la hermana de Paca, pinta muy bien y me dedicó un cuento que escribió para mis nietos. Tengo fotografías de Félix y Paca, por si necesitas. Un abrazo

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