Si había un sueño en la vida de Carlos que le perseguía siempre, incluso desde su más temprana niñez, éste era el de convertirse un día en locutor de radio. Y, en concreto, de la radio de su Provincia. Por eso, cuando todo un joven ya, en esa radio que sintonizaba cada jornada escuchó un buen día una cuña publicitaria que anunciaba que se buscaba una “voz” fresca y atractiva que, entre otras características, fuese capaz de impulsar un programa de radio de ámbito provincial que supiese aglutinar la esencia de las costumbres, idiosincrasia y demás aspectos culturales de la Provincia, no lo dudó ni un solo instante y allá que se fue al día siguiente de buena mañana a presentar su currículum.
La vocación le tiraba con fuerza. Y cualquier obstáculo lo salvaría sin mayor dificultad, pensaba ahora cuando el autobús de línea le acercaba ya a la capital. Lo tenía decidido ya; allí se entrevistaría con el director de la emisora y, aparte de entregarle su currículum, le hablaría de su pasión por la radio. Recordaba ahora, mientras tras las ventanas del autobús iban desfilando los campos próximos a la capital, el día en el que en su casa sus padres decidieron adquirir el primer receptor de radio. Quizá fue en aquel momento, escuchando por vez primera las voces de aquellos locutores que le parecían tan cercanos, cuando comenzase a fraguarse en él su vocación radiofónica. Pero en aquellos momentos, como niño que era aún Carlos, y desconocedor por tanto de los más elementales principios de propagación del sonido y de las ondas radioeléctricas a través del aire, la gran intriga que casi casi le llegaría a obsesionar, era saber si realmente aquellas personas que hablaban en su casa a través de aquel receptor de radio se encontraban de verdad metidas en aquella gran caja que era el aparato de radio. Y, a renglón seguido, qué pasaba con estos locutores cuando se abría aquel receptáculo para inspeccionar en su interior porque se había roto una lámpara del mismo, por ejemplo. ¿Se escondían tras alguna puerta?. Y, por otro lado, ¿Cuándo comían?... Era, aquella inocencia supina, el gran misterio de la radio que le traía de cabeza cuando niño y que, por más que preguntase a sus padres y demás familia, nunca entendió muy bien las explicaciones. Por lo que sería, pasados ya algunos años, y una vez alcanzada la adolescencia, cuando aquel gran misterio de la radio dejaría de serlo. Y comprendería de alguna forma aquella especie de milagro en las ondas. En tanto que iba creciendo su interés por el mundo de la radio. Eran épocas en las que en la radio de su provincia se dedicaban discos entre particulares, con gran éxito de audiencia, y había canciones que sonaban una y otra vez. Y por la noche, en el calor del hogar, se escuchaba en familia el famoso “parte” de noticias de Radio Nacional de España; aunque de hito en hito se intentase sintonizar también alguna otra emisora de allende nuestras fronteras provinciales, como Radio Intercontinental de Madrid, Radio Andorra o incluso Radio Pirenaica; eso sí, esta última con el mayor de los secretos posibles, por su clandestinidad manifiesta.
El autobús de línea se acercaba ya a la capital y a medida que los primeros edificios iban quedando atrás, el nerviosismo comenzaba a instalarse en su interior. Como no había visto nunca hasta ahora el estudio de radio desde el que emitía su emisora de radio por excelencia, Carlos se emocionó un tanto al tenerlo frente a sí, recordando de pronto algunos de los programas escuchados en su receptor al cabo de los años, historias que se habían vivido en directo desde aquel habitáculo. Aunque no hubiese tenido hasta ahora la oportunidad de conocer este estudio de radio, sin embargo, no era Carlos novato del todo en esto de ponerse delante de un micrófono y lanzar las palabras al aire. Porque ya en su época de estudiante en un colegio religioso que por aquel entonces se instaló en la cercana localidad que hacía de cabecera de Comarca, hizo sus primeros pinitos en una especie de radio muy primaria que surgió en el centro por casualidad. Pero sobre todo, algunos años más tarde cuando, durante el tiempo del servicio militar en un cuartel de la capital de España, su inquietud en este terreno le hizo ocupar una de las plazas en la emisora que aquella instalación militar disponía, y ello durante el año y medio que duró la prestación del servicio. Por lo que su currículum, a la hora de solicitar aquella plaza de locutor, no adolecía precisamente de falta de experiencia en el medio. A lo que se unía también su otra faceta un tanto relacionada con la anterior, cual era la de su afición también por la palabra escrita. Y así, haría constar también en su haber sus colaboraciones escritas en el periódico de la provincia.
De vuelta a casa y mientras iban quedando atrás los últimos edificios capitalinos antes de que el autobús tomase la carretera que le conduciría a su localidad de residencia, donde el paisaje iba a cambiar de facto, su pensamiento estaba dirigido hacia un único lugar: aquel estudio de radio y aquellas últimas palabras del director de la emisora dándole ánimos y deseándole suerte en el momento de la selección de los candidatos. Y, aunque, lógicamente, no le pudo adelantar nada sobre la plaza, tras la primera lectura del currículum la impresión del director fue favorable, y Carlos intuyó que tenía posibilidades de alzarse con ella; por lo que, de pronto, el corazón le dio un pequeño vuelco, esbozando una pequeña sonrisa de satisfacción. Los siguientes días hasta llegar el señalado para la práctica en la emisora y la entrevista posterior, Carlos los pasó en sus ocupaciones habituales, aunque de cuando en cuando su pensamiento volara presto hacia aquel estudio de radio donde se había imaginado en múltiples ocasiones. Pasados algunos días tras la selección, la mañana del primero de septiembre de aquel año, el magazine matinal de la radio provincial comenzaba con una gran novedad: el saludo templado, pero vigoroso y emocionado de Carlos sentado frente a los micrófonos de aquel estudio de radio que tantas veces imaginó y que ahora dominaba desde su privilegiada posición. Sentía cómo el corazón le latía con fuerza, y cómo la emoción que le embargaba en todo momento le haría repetir unas cuantas veces la palabra “gracias” a lo largo del programa.
Su gran sueño, se había hecho, por fin, realidad: -¡¡Gracias!!, ¡¡muchas gracias!!, gritó Carlos emocionado al finalizar el programa…
5 comentarios:
Hoy, Javier, con el sueño de Carlos me traes recuerdos de la radio, esa radio que yo descubrí desde que era muy pequeño porque mi abuelo no se perdía nunca “el parte” de Radio Nacional de España, a la hora de comer. También recuerdo aquellas discos que se dedicaban, y algún programa escuché de Matilde Conesa y como no “Simplemente María”, o “La señora Francis”, programas de mucha audiencia, teniendo en cuenta que mi madre encendía la radio desde que se levantaba. Me gustaban las voces de Daniel Vindel, Soler Serrano, Mario Beut, y algún locutor más que ahora no recuerdo. Heredé de mi madre esa costumbre de escuchar la radio nada más levantarse, que aún sigue. En la época más moderna escuché mucho a José María García, y las Vueltas y Tour siempre veía las imágenes de TVE, pero escuchaba en la radio al gran Javier Ares, que me emocionaba. También escuché "El Larguero" de José Ramón de la Morena, los programas musicales de Joaquín Luqui, Moncho Alpuente, y a Luis de Benito, Diego Carcedo… y sobre todo las tertulias de Antena 3 Radio, tanto de día como de noche, con Antonio Herreros, Santiago Amón y un equipo muy bueno, igual que el de por la noche. Cómo a Carlos se cumplió un sueño inesperado y el pasado curso y este tengo la oportunidad de hablar en la radio una vez al mes en Radio Colores de la Universidad Popular de Palencia, y mi programa se llama “Palencia en mis recuerdos”.
Agradezco las palabras que dedicas a mi relato de "la radio de Carlos", Alfonso. Relato que te ha hecho recordar, tal y como nos cuentas, un poco la radio de aquellos años del pasado y también tus pinitos en la misma ahora a través de Radio Colores aquí en Palencia. Un fenómeno, éste de la radio, que goza de una gran atracción para muchos y que se encuentra todavía vivo; por lo que se espera su permanencia a través del tiempo. Un abrazo.
Tal y como dices, por entonces la radio era otro mundo, yo me levantaba por la mañana y la radio ya estaba puesta en casa, las historias de la radio son únicas, todavía no había televisión por la mañana, ni casi por la noche y en la radio escuchabas de todo, recuerdo los discos solicitados y te hacías una imagen del locutor en la cabeza, aunque luego no correspondiese con la realidad. Creo que la radio te hacía soñar, luego vino la televisión y la radio ya no era lo mismo, pero ahí están esas historias particulares que nos llenan de nostalgia.
Acabo de leer un poco Froilán sobre el tema de la radio, fue un tema que me apasionó pero no como locutor si no como técnico. Estuve estudiando por correspondencia tres años y creo que uno de los días más feliz que he tenido fue cuando empecé por primera vez a oír una emisora en el primer receptor de radio montado por mi, fue para mi un día muy especial. Después tuve la misma experiencia con el curso de televisión que también estudié y monte uno, pero me ilusionó mucho más el de radio.
Muchas gracias por vuestras palabras hacia mi relato, FGC y Herminio, que hacen mucho más real mi historia en torno a la radio. Paqui, totalmente de acuerdo con lo nos cuentas, a mí me pasaba igual. Y Herminio, cómo no te va a emocionar y traer grandes recuerdos esta referencia a la radio, si ese mundo era el tuyo, en el aspecto de su reparación y puesta en valor de estos aparatos, o sea, reparándolos y haciendo que funcionasen. Saludos.
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