Hace algunos meses hemos podido viajar al pasado reciente de los pueblos de Castilla, meternos en el interior de sus casas y disfrutar allí del fuego del hogar, de los amigos, del trabajo… Eran otros tiempos, diferentes de los actuales; en opinión de Gonzalo Ortega, su autor, “no mejores ni peores; simplemente distintos”.
Ermita del Cristo de la Guía | @Iñaki Carrascal - Commons |
Homenaje indudable a su infancia en Cubillas de Cerrato, y reflejo de la gratitud y nostalgia con que recuerda sus años infantiles, el libro se compone de un centenar de capítulos, semblanzas publicadas anteriormente en «Diario Palentino» en su sección Solana, que intentan ayudar a los mayores a recordar, y muestran ante los jóvenes una vida que ya no existe. “Envueltas en un lenguaje lírico con toques de humor e ironía”, Gonzalo Ortega pretende reflejar un tiempo que fue frontera entre la vida tradicional (heredera casi del medievo), y los comienzos de la modernidad. Son estampas autobiográficas de infancia de pueblo, recuerdos felices en que observamos una documentada información de los procesos más complejos. Toda una ciencia, pero natural, elaborada con las manos; una ciencia y una vida que sabían a palabras que hoy están en desuso como “convivir”, “compartir”, “disfrutar hablando”, “vivir la naturaleza”… Hay un recuerdo emocionado de los atrios (la mejor solana del pueblo), los poyos (en los que se pasaban horas de absoluto relajo hasta que se inventaron las aceras de hormigón, la televisión y el yo me lo guiso yo me lo como, con lo que se quitaron los poyos, se cerraron las puertas, y las calles se quedaron en silencios de añoranzas…), los soportales (allí las horas iban muriendo húmedas y lentas), las tertulias, las bodegas, la barbería…
Recuerdo nostálgico de tilos y de acacias, de visillos que eran un poco rejilla de confesionario, de la fragua a cuyo arrimo se acunaban rumores y se intercambiaban decires y fazañas, de la figura del pastor como un dios pobre en la absoluta soledad del campo, de los leñadores que al llegar el otoño se iban al monte y llenaban sus carros de ramas verdes… El autor revive también con gusto especial aquellos deliciosos dulces que veía preparar con afán en casa: las rosquillas, las hojuelas, “los dulces de baúl”, que eran los de Pascua, el olor de las castañas asadas… Sabor a ruralismo cálido, entrañable, cercano y pretérito a la vez, este libro nos deja al leerlo una sonrisa teñida de nostalgia…
Beatriz Quintana Jato
2 comentarios:
Una invitación en toda regla para saborear las páginas de este libro de Gonzalo Ortega, que desgraciadamente ya no está entre nosotros, pero que de este modo, podremos volver reencontrarnos con los escritos de su "Solana Palentina" de "Diario Palentino", donde ejercía un periodismo próximo y cargado de recuerdos y añoranzas que a mí me gustaba leer cada día. Saludos.
Merecido recuerdo a la figura de Gonzalo Ortega, bonitas palabras en memoria del autor de este libro, y de más de 7000 “Solanas”, que se publicaban en aquella columna del Diario Palentino, y que, a mí, como a Javier Terán, también me gustaba leer.
Me encanta como analizas, Beatriz, su peculiar lenguaje, su humor e ironía sus “estampas autobiográficas”, un preciso reflejo literario de todo aquello que fue Gonzalo, con quien compartí muchas charlas en la solana de la redacción del viejo Diario Palentino, y también en el nuevo edificio, cuando acudía a entregar al maestro mis articulillos para publicar en el periódico, Gonzalo siempre me animó a escribir.
Recuerdo su toma de posesión como académico de la Institución Tello Téllez de Meneses, con un magnífico discurso sobre los dichos populares de Palencia. Palencia era insólita para Gonzalo por sus ricas tradiciones y leyendas, también lo era en su serie Estampas, Chispazos Palentinos.
Publicar un comentario