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Encajes de Acebo, Camariñas y Almagro

Almagro, Camariñas y Acebo son tres lugares de España en los que el encaje de bolillos se ha comercializado por su calidad. En Almagro se utilizaba hilo muy fino y las labores, primorosas, eran disputadas para ajuares de novia y regalos. Los de Camariñas se tejen con hilo de diferente grosor, hilo de encaje, bobinas blancas como la nieve. Los encajes de Acebo usaban bobinas del número 60, perfectas para trabajar, y hacían que la labor pareciese almidonada y nívea. Cuando se trabajaba en invierno el encaje solía quedar más oscuro, de ahí que las encajeras aprovechasen el buen tiempo para, reunidas en los corrales o en las calles, arrimadas a las casas, pasar las tardes trabajando y, de paso, estar entretenidas con sus conversaciones. Los matrimonios jóvenes salían del pueblo, en el coche de línea, con una maleta bien llena de ellos para venderlos. Era frecuente, también, en los pueblos sobre todo, vender puntilla por metro porque se regalaban a la iglesia cosida en primorosos pañitos con algún bordado a cadeneta o festón, para las peanas de la Virgen o de los santos y, ¡cómo no! quiero recordar a la señora María, aquí en Palencia, madre de tres hijas peluqueras, una de ellas, Presen, me peinó hasta su jubilación en su peluquería en la Calle de Colón. En Valladolid, la encajera Julia, mi madre, en el paseo de Zorrilla, junto a la Plaza de toros. Recuerdo haber conocido a Mary en Cubillas de Santa Marta porque era clienta de mi madre, y miren por dónde, una tarde, ya casada y viviendo en la calle de La Paz, nos encontramos en la piscina del Campo de la Juventud, y ella recordaba a mi madre como una persona “encantadora y dulce”. La verdad es que, la persona que compraba alguno, se hacía clienta y amiga para siempre.



En Madrid, vendía encajes, mantelerías de Lagartera y mantillas granadinas Concha, casada con un hermano de mi abuela, Gregorio. En Lugo, mi tía Concha, que enseñó durante muchos años a hacer el encaje en un centro social. En Barcelona, mi tía Marciana. En Irún, mi tía Petra, junto al marido que regentó el bar Cid. En Orense, mi tía Aniceta y en Salamanca, tía Arsenia. Mi abuelo Deogracias, al quedarse viudo con cinco hijos, también eligió el oficio de vendedor de encajes. Salía a los pueblos en su carrito tartana y se llevaba a los hijos mayores. En casa, al cuidado de alguna buena vecina quedaban los otros dos. Y los sacó adelante. Fueron muchas las encajeras que salieron de Acebo, valientes, decididas a que sus hijos tuviesen mejor oportunidad. Lo consiguieron.

Yo conservo bastantes encajes. Mi madre hizo para cada nieto un juego de cama, luego, para los biznietos. Recuerdo a mi abuela Natividad, allá por los años cincuenta, en nuestra casa, el ventorro Porora, a la bajada del Puerto de Perales cuando, en el zaguán, hacía encaje protegida de los rayos de sol que, a las cuatro de la tarde del estío extremeño, aún pugnaban por hacerse dueños de aquella frescura y semioscuridad. Yo no podía salir a jugar. “El sol derrite los sesos” ,me decía, y yo, cuatro años mal contados, preguntaba ¿por qué abuela? Y los porqués se hilvanaban con la santa paciencia de quien compartía conmigo soledad hasta la llegada del abuelo Antimo a la hora de la cena, o de alguno de los pastores que, camino de la montaña palentina, solían pernoctar. Pero no voy a dejarme invadir por la saudade, que diría Rosalía de Castro. Si lo vivido fue bueno, que permanezca alegre en el corazón.



SENTIR DE LA PALABRA 
para "Curiosón" de Carmen Arroyo.

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