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Sonata en tres tiempos

ALEGRO (MA NON TROPO)

Fue en la última semana de junio. Liberado de exámenes, comencé a leer libros sobre el Camino de Santiago. Una peregrinación pospuesta varias veces por falta  de tiempo, que no de ganas. Mis estudios de Arte y el trabajo, los fines de semana, en un bar de copas lo impedían cada año. Leí con avidez, busqué datos de albergues, duración de cada etapa y me informé sobre los cambios meteorológicos  posibles durante el tiempo que durase el viaje. Todo ello facilitaría mi encuentro con la realidad. La tarde declinaba. Dejé la lectura y, después de cenar, navegué un tiempo por Internet. Una página web llamó mi atención: “Profesor de Arte, jubilado, busca compañero para recorrer, en coche, el Camino de Santiago. Interesados contactar  en la dirección de correo electrónico.



SENTIR DE LA PALABRA | Carmen Arroyo

Decidí aprovechar aquella oportunidad y me puse en contacto con aquel internauta. Al cabo de tres días me encontraba en Canfranc, lugar elegido por mi futuro compañero de viaje para nuestro encuentro. En el hotel recibí la primera sorpresa que precedió a otras muchas. Esperaba encontrar a un hombre de avanzada edad, y quien apareció ante mí no representaba más de unos cincuenta años.

Era alto y delgado. Con el pelo castaño. Piel clara, libre de arrugas. Ágil de palabra y de sonrisa amplia. La empatía mutua surgió sin buscarla por ese milagro de la oralidad que brota tras el sincero apretón de manos y se hizo presencia en forma de viento fresco desde aquel día y en los restantes en que permanecimos juntos. Treinta kilómetros nos separaban de Sompor, y hacia allí nos dirigimos para iniciar nuestra peregrinación.

Siempre recordaré de Juan su cordialidad, su buen humor y, sobre todo, su voz: grave, gastada en su empeño de buen profesor. Era hombre de palabra clara y concisa, emocionada a veces, en una Lección Magistral de Arte que fue desgranando para mí bajo el calor de julio. En su conversación mezclaba anécdotas vividas por él, con sus alumnos o por peregrinos que durante cientos de años nos precedieron. También me relataba leyendas ingenuas como la  del “dragón blanco” que atemorizaba en siglos lejanos, a los caminantes, y tomaba formas monstruosas que causaban  pavor y que, curiosamente, desaparecía con la primavera y los primeros deshielos.

En Jaca encontramos parte de la calzada romana y una ermita románica bien conservada. Pero fue al visitar su hermosísima catedral con tres naves y planta de cruz latina, cundo me dejé ganar por la serenidad del estilo románico cuyas características Juan había detallado para mí la noche anterior en un albergue donde descansamos.

ALEGRO MODERATO

     -Vamos a desviarnos del Camino.Quiero enseñarte un Monasterio que te sorprenderá.

Y así fue. Emplazado bajo una roca que le da protección, apareció ante mis ojos San Juan de la Peña. La delicadeza y meticulosidad con la que están labrados sus capiteles; la Biblia Mozárabe que en él se conserva; la historia de su fundación -rodeada de leyendas- los enterramientos de Reyes y su originalísimo Claustro, que tiene como techo la peña que da nombre al conjunto, compensaron los pocos kilómetros de rodeo.

     -Aquí estuvo un “Santo Grial” que ahora se conserva en Valencia, y en el que se inspiraron escritores y músicos. A Wagner, por ejemplo, le motivó su ópera  Parsifal.

Visitamos la iglesia románica de Santa María, en Santa Cruz de la Serós. En el pasado allí estuvo el monasterio que habitaron las hijas del rey Ramiro. Anécdotas y recuerdos que Juan revivía, hicieron amena aquella tarde y otras muchas. Para pernoctar nos dirigimos al monasterio de Leire, donde cuenta la leyenda que el monje Virila, arrullado por un ruiseñor, durmió 300 años y, al despertar, habían desaparecido todas sus dudas sobre la eternidad. Aromas de plantas: anís, albahaca, espliego, regaliz, orégano y tomillo llegaban a nuestra pituitaria, y después de la colación, a nuestro estómago, transformados sus aromas  y los de otras 30 más, en un exquisito licor. Juan era muy querido por los frailes. Al día siguiente madrugamos para llegar a Sangüesa y deleitarnos con la impresionante limpieza de líneas de su Colegiata y rezar a la Virgen de Rocamador. Luego, otra etapa nos llevaría a Monreal y la siguiente a Puente la Reina.

PRESTO....INACABADO


El hilo de voz de Juan  se iba adelgazando; le costaba verdadero esfuerzo hablar. Las etapas se sucedían. Estábamos llegando a Carrión. Entonces me comunicó que sentía una punzada que le ahogaba. Señaló su pecho que, me pareció, había adquirido mayor volumen desde que le conocí.

   -Conduce tú  -pidió- tal vez, consiga dormir un poco.
Y lo hice. Despacio. Juan cabeceaba a mi lado. Entramos en Carrión y preguntamos por el albergue. Juan quería descansar para, muy de mañana, admirar juntos la belleza, la perfección llevada hasta altas cotas en el inigualable pórtico de la iglesia de Santiago. Esa noche, sin embargo, mi compañero de camino apenas pudo ponerse en pie. No volvería a hablarme de Arte. Adivinó su gravedad y me pidió que llamase a un teléfono de Santiago de Compostela.

    -No tengo familia. Es el número de una buena amiga.
    Cuando ella descolgó y le hablé de lo que ocurría, adiviné que él significaba para ella mucho más de lo que había insinuado Juan. La voz me llegaba suave, dulce como miel de romero, acariciaba, casi, mis oídos.

    -“Lleva a Juan  a un hospital, no te separes de él, yo me pongo en camino enseguida. Anota el número de mi móvil: 655206170. Ah, por si Juan no te ha dado mi dirección, vivo en la calle Algalia, 10, 4ºA”.

Con esfuerzo, Juan me explicó su problema: cáncer de garganta. No pudo ser operado en Francia, donde daba clases de español, dado el avanzado estado de la metástasis. Por la mañana lo llevé al hospital de San Telmo, en Palencia. A las pocas horas llegó Xiana, y ya no se separó de su cabecera.
Juan, por señas me indicó que le acercara la mochila. Sacó un pequeño paquete atado con un lazo. Eran cartas escritas para Xiana, quien las apretaba contra su corazón mientras, con la otra mano, sostenía la de su amigo. Y se nos murió una tarde sin ver la torre de San Miguel. Xiana me pidió que la acompañase a Santiago detrás del furgón que conducía los restos del amigo, lo hice. Y así me fue contada la historia de amor entre ambos. Habían vivido en la misma calle y jugaron juntos de niños. De jóvenes se juraron un amor eterno. Por motivos políticos Juan hubo de emigrar a Francia. Allí vivió con dos compañeros fieles: nostalgia y amor. Aquellas cartas pusieron el contrapunto a una melodía inacabada. Pasado el peligro por la muerte de su enemigo, comenzó a organizar viajes con sus alumnos a Santiago, para verla, aunque fuese por unas horas, hermosa y serena, bajo el Pórtico de la Gloria, novia eterna e imposible esposa, detenida en su memoria sin envejecer, Penélope silenciosa.
Enterramos a Juan y  me quedé en Santiago unos días, para conocer la ciudad. Uxía, la hija de Xiana, fue mi guía.

   Su voz se hace altura y luz en la Catedral que, tantas veces, su madre recorriera de la mano de Juan, y que ella descubre para mí con su voz de meiga que adormece mis oídos, mientras yo me prometo, volver a Santiago una y mil veces, sólo para verla, sólo para oírla, sólo para amarla: Uxía, amor, estrella en campo de estrellas, algalia mañanera, halo del aroma mayor de la esperanza.

Imágenes: Curiosón, Santiago de Compostela





SENTIR DE LA PALABRA
Sección para "Curiosón" de Carmen Arroyo.


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