Nuevos datos sobre este primitivo monasterio
Al norte de la provincia de Palencia, en la comarca de La Peña, en término de Santibáñez de la Peña y a menos de un kilómetro de su núcleo urbano, se hallan los restos de un primitivo monasterio benedictino conocido como San Román de Entrepeñas. La mayor parte de esta comarca perteneció, hasta mediados del siglo XX, a la diócesis de León, habiendo sido dicho monasterio, durante varios siglos, cabecera del arciprestazgo de su nombre. La datación documental más antigua que he hallado del mismo es del año 916 y corresponde a una donación que hace Ordoño II al obispado de León. En cuanto al documento más temprano del propio monasterio, es del 940 y en él se reconoce su existencia anterior, ya que habla de la restauración de sus edificios. Por este motivo, algunos autores llegan a situar su fundación varios siglos antes.
La relativa abundancia documental existente a partir de esta última fecha da interesantes pistas sobre el papel que desempeñó este pequeño, pero importante, enclave monástico. Para poder entenderlo, debemos situamos en los inicios de la Reconquista, cuando comienza la repoblación del territorio, momento en el que el monasterio, junto con el castillo que corona la peña de al lado, se convierten en guía y protección de las familias que, procedentes de los altos valles montañosos de Fuentes Carrionas y de la Liébana, deciden asentarse en las pequeñas vegas que se extienden al sur de la cordillera. Aquellos repobladores dieron lugar a casi un centenar de poblados, la mayoría de los cuales fueron desapareciendo a lo largo de la Edad Media; olvidados unos, dejando apenas rastros, otros, en los documentos de la época y algunos restos arqueológicos conocidos, los menos.
Esta labor repobladora y la tutela religiosa y social que prestaba dio al monasterio fama y prestigio, alcanzando pronto el aprecio y la protección de reyes y nobles. Un aprecio que se traduce en donaciones y señoríos, a los que se van uniendo los legados de particulares que lo convertierten no solo en centro espiritual, sino también económico, dado el elevado número de propiedades que llegó a tener en la comarca de La Peña y también fuera de ella. Tales capitales terminaron por imponerle la servidumbre de su gestión, ya que eran innumerables los tributos de los vasallajes, los foros de las grandes propiedades, los diezmos de las iglesias, las rentas de las tierras y los réditos de los préstamos que hacía.
A pesar de ello, este monasterio, que comenzó su andadura como abadía, del cual llegó a depender el del Brezo, acabó como simple priorato del de San Zoilo de Carrión de los Condes, tras permanecer sujeto al monasterio francés de Cluny desde el siglo XII al Xv. Sin duda, esta decadencia fue debida en gran parte, al alejamiento de los centros de poder y con ellos, el favor de los señores, a medida que progresaba la Reconquista.
Superada la época de la Repoblación, su actividad se centró en la administración del abundante capital citado y en la atención religiosa de las parroquias de Santibáñez y de Las Heras de la Peña; de hecho, la iglesia del propio monasterio fue, durante siglos, la parroquial del primero de dichos pueblos, como luego veremos.
A la hora de valorar esta trayectoria debemos tener en cuenta que San Román nunca tuvo un elevado número de monjes; mejor dicho, que fue muy escasa su nómina, pues nunca debió llegar a la media docena, siendo habitual la sola presencia de dos o tres, incluso de uno solo. También tuvo una época en la que acogió a matrimonios, en condición de legos, lo que le convirtió en uno de los pocos casos que se registran de monasterios dúplices. Lógicamente, este corto número de moradores explica las reducidas dimensiones que tuvieron sus edificaciones, cuyo conjunto motiva precisamente este trabajo.
Pese a la decadencia mencionada, San Román de Entrepeñas se mantuvo activo hasta las primeras desamortizaciones del siglo XIX, en cuya ocasión se hizo dueño del monasterio Manuel Carande. Con posterioridad ha pasado por diversas manos, con un deterioro progresivo e irreversible, ignorándose el paradero de sus componentes arquitectónicos más destacados, los cuales debieron corresponder a un románico primitivo, a la vista de los muy escasos restos que quedan, repartidos por muros y edificios del pueblo.
En la actualidad, solo queda en pie la ruinosa torre de la iglesia, de planta cuadrada, con la puerta mirando al este y un techo, ya muy dañado, de láncharas adoveladas. El resto de las edificaciones, incluida la propia iglesia, han desaparecido por completo, salvo una muy ligera adherencia en la fachada norte de la torre. Nunca se han hecho excavaciones indagatorias y sí un total y desgraciado expolio de todo tipo de materiales, por lo que se desconoce la forma que tenían y el espacio que ocupaban. Así pues, se está a la espera de trabajos arqueológicos serios, que se han solicitado de muy diversas formas, pero sin merecer mayor atención, a pesar de que prometen ser apasionantes y pródigos en sorpresas, dada la existencia de leyendas y testimonios acerca de tumbas y tesoros ocultos. De hecho, en 1954 se halló en sus proximidades un importante tesorillo, compuesto por más de mil monedas de plata de la época de Alfonso VI.
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