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El Instituto Jorge Manrique

En mi Vuelta a Casa, a mis raíces, recuerdo cuando asomaban mis nueve años y en las viejas escuelas de nuestra calle de San Juan debía pasar a la clase de los mayores de D. Bonifacio Cesteros, que tenía un hijo, gran pintor, a quien muchos días veíamos llegar dando tumbos.

[VII]




Había llegado a la vida un poco fuera de control, por un despiste de mis padres. Mis hermanas, la bella Naty ya tenía quince años y diez la cariñosa Beny. No habían querido estudiar. Naty trabajaba en la Fábrica de Armas y Beny en un taller, tricotando jerseys, me había hecho uno. Estaban muy entretenidas con sus novietes, sus maridos después, Modesto y Luis.

Mi madre se empeñó en que hiciera el Bachillerato en el inolvidable Insti Jorge Manrique del Salón. Y se salió con la suya. A ella se lo debo todo. Me apuntó para la Preparatoria. Hice mi primer examen y pasé a la clase de D. César. Nos contaron que había sido boxeador y tenía unas manos, ¡qué manos! Temíamos verlas en nuestros carrillos, pero jamás ocurrió tal.

Finalizado aquel curso, nuevo examen, para pasar al Bachillerato. Lo aprobé con Notable, que me aseguró la matrícula gratuita y una minibeca para ayuda de los libros. Tuve que seguir luchando, para mantenerlo y disfrutar de dichos beneficios.

Me presta mucho recordar aquellos momentos de mi Bachillerato, con tantos inolvidables profesores: Don Hipólito y sus chascarrillos. Don Jesús Lomana, a la carrera tras el trasto Eduardo Bouzas. Don Eduardo y los comentarios, que le provocábamos, tras los partidos del Valladolid. Don Dacio y sus clases de Lengua. Doña María y sus dibujos…

Y otros, no tan felices, con un tal Marquina, profesor de Educación Física y Política, que me cogió manía por no apuntarme a la Oje. En Segundo, me suspendió en Junio. Menos mal que, en Septiembre, me dio Notable y volvió la normalidad. Pero, turrión, no me apunté a la Oje.

Con otros, me apunté, como Aspirante, a Acción Católica. Nos movió el buen cura Don Floren, párroco del Cristo. Tras unas charlas nos llevó a jugar con los niños gitanos de su barrio.

Recuerdo a mis compañeros de estudios. Me gustaría reencontrarme con algunos de ellos. Con Jesús Martín, Carlos, Raimundo, Ramón, Bouzas, Ángel Merino, Narciso Gallego, Fernando Unamuno, Antonio del Río y un largo etc. He pensado en pasarme por el Insti, pasear por sus pasillos e indagar en la historia de mi Bachillerato.

Allí aumentó mi afición futbolera, despertada con mi pandilla en las Eras de la Campanera, y llegué a formar parte, en Cuarto, del equipo titular del Insti. Inolvidables son los partidos contra Maristas y La Salle y muy celebrados mis severos marcajes, encargados por nuestro entrenador Balsa, con zancadillas y marrullerías incluidas, hasta aburrir y “secar” a las figuras de aquellos equipos, Jesulín “el negro” de La Salle, los hermanos Molina y sobre todo al que fuera internacional, Isacio Calleja. Era del Cerrato, estudiaba en los Maristas y entonces era delantero. Al verme, siempre me decía: “Ya estás aquí. Me tienes aburrido”. Y aquella tarde no brillaba. El hecho se repitió en la vieja Normal, cuando también formaba parte del equipo.

Normalmente jugaba de medio-centro. Repartía juego con ambas piernas y me acercaba al área a rematar de cabeza. Me llamaban “cabezón”, por la fuerza que lo hacía. Para ello me había entrenado mucho, con mi pandilla, ante un portalón de la calle de San Juan.

Mi historia futbolera siguió fraguándose en el equipo de los Aspirantes. También en las Eras del Manicomio, donde jugábamos con otros. Varios de ellos militaron después en el Palencia y algunos, como Corcuera, en Primera.

Ahora toca presumir un poco. Algunos decían que, de no haber sido por la grave lesión que sufrí en mi hombro, -como consecuencia, dejé de entrenar y jugar-, era como después Fernando Hierro y hubiera sido un “figura”, que perdió el deporte nacional. Ja, ja.

Fueron muy duros aquellos cuatro años de Bachillerato, compensados por los buenos ratos con mis buenos amigos en el Centro de AC, primero en el Hospital de San Bernabé, después en el viejo caserón frente a la Diputación, con mi pasión por el billar de carambolas, ajedrez y ping-pong. También por las vacaciones, disfrutadas a tope con mis primos en Villafrades, Valladolid y León, donde acudía en mi querido Tren Burra.

Algo que también recuerdo es mi iniciación enfebrecida a la lectura, en la Biblioteca del palacio de la Diputación, que regentaba un culto cura, D. Francisco del Valle. Allí “devoré” las obras completas de Emilio Salgari, Julio Verne, Zane Grey, Walter Scoot y otros.

Hasta que llegó el final de Cuarto y la Reválida, de la que ya he hablado, con el increíble premio, por parte de mi madre y mi madrina Merceditas, de la bici de carrera. Entonces, los tres, decidimos que debía estudiar Magisterio, en el viejo caserón de La Normal en la Plaza de la Catedral. Pero esta es otra historia que, algún día, me prestará contaros en Curiosón.




Una historia de Julián González Prieto 
© CURIOSÓN

2 comentarios:

Armando dijo...

Es agradable leer a Julián González Prieto, con su amena narrativa, reviviendo tiempos pasados, muy similares a los que la mayoría, por aquel tiempo, pudimos disfrutar. Poco más había que los amigos del barrio, las patadas al balón, los maestros y profesores que dejaron huella (cada uno la suya) en todos nosotros, para luego cada uno encauzar lo que había de ser nuestro futuro. Repito muy agradable. Gracias Julián.

Alfonso Santamaría Diez dijo...

En tu Vuelta a tu Palencia querida, nos recuerdas Julián a un buen pintor palentino que se dio más a la bebida que a la pintura.Algunos de sus cuadros se encuentran en el mítico Bar Alaska, que hace esquina a la Calle Mayor y Barrio y Mier.
Me presta que nos recuerdes Julián tus años de bachiller en el Instituto Jorge Manrique, y a tus profesores, así como tus juegos con los gitanos del Cristo.
Recuerdas a tus compañeros de estudio, no estaría mal que pasases por el Jorge Manrique a indagar en tu Bachillerato.
Descubro tu buen hacer como futbolista, y como anulaste nada menos que al gran Isacio Calleja, y el reparto de estopa y juego con ambas piernas, y tu certero remate de cabeza, capaz de enfrentarte nada menos que al Corcuera de Primera División.
Lástima que tu grave lesión te apartó de los campos de fútbol, pero otras aficiones te hicieron triunfar, y tuviste la oportunidad de pasear con tu padre, pilotando vuestro querido Tren Burra.
Te hiciste intelectual y tuviste el privilegio de practicar la lectura en una biblioteca de lujo, nada menos que la del Palacio Provincial, que continúa intacta, y a tu disposición.
Estudiante de buenas notas, que tu madre y tu tía compensaron con un regalo que te permitió movilidad y tantas cosas.
Historias tuyas Julián que son para admirar.

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