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El estraperlo

De nuevo en Palencia, en mi calle de San Juan -hoy de Valentín Calderón- me vienen a la memoria recuerdos de aquellos años cuarenta, que muchos vivimos, de penurias, hambruna, estrecheces y racionamiento. A pesar de ello, fueron felices.




Del racionamiento de los justos aceite, azúcar, legumbres, etc., con cartilla y cupones, se encargaba de proveernos el recordado Sr. Alejo, en su tienda al principio de la calle Barrio y Mier, entre el Alaska y el Cigaleño -después La Solera-, de nuestro vecino el Sr. Teodosio.

Pero quiero contar algo, trascendental en nuestras vidas, que también tuvo como uno de sus protagonistas al trenín. Era el estraperlo, que nosotros hacíamos con el pan blanco, que mi padre traía de Medina de Rioseco. Las señoras, Eugenia, Julia y otras, lo hacían con la carne y las legumbres, que traían de Villalón y otros lugares. Nuestro pan sólo se lo podían permitir los ricos y las buenas gentes de Tierra de Campos, que comían mejor que en la capital. Algunos ricos de Palencia lo comían gracias a nosotros. El hacérselo llegar era, para mí, una aventura. 
Todos los días, la cesta de mi padre volvía con los cacharros vacíos. Entre ellos, unos panes blancos, bregados. Esos días los consumeros, que tenían su garita a la salida de la estación, hacían la vista gorda y no requisaban nada. Pero el día que regresaba mi padre, aparte de la cesta, para despistar, en su chocolatera -como él también llamaba a su 4-, escondidos en un lugar que sólo él conocía, traía dos sacos llenos de panes. Antes de llegar a la estación, el tren pasaba casi tocando las tapias del cementerio viejo, que ahora es el parque de la Carcavilla. 
Cuando ya iba a Instituto, mi clase terminaba  a las cinco y yo iba corriendo por la calle Mayor y después por la de Simón Nieto. Dejaba mis libros en la taberna de la señora Higinia, la Culona, que era muy amiga de mis padres. Muy baja y gorda, tenía mucho culo y por eso mi padre, que era muy guasón, le llamaba así y no le parecía mal. Muchos días, cuando yo era muy pequeño, después de dejar la cesta en casa, iba con mi madre hasta los jardinillos de la estación, donde jugaba un rato y nuestro vecino, el amable Churrina, que hablaba y andaba como las chicas, en su churrería siempre me regalaba un churro. Después íbamos a la taberna de esa señora. Pero sigamos con el estraperlo.

Yo seguía corriendo hasta el cementerio, saltaba las tapias y corría entre las tumbas, hasta donde estaban mi hermana Beni y mi primo Paco, junto a la tapia del cementerio que daba a las vías. Recuerdo que, la primera vez que entré en el cementerio, me dio miedo pero como sabía que estaba Paco y era de día, pronto se me pasó. El tren pasaba despacio y mi padre dejaba caer los sacos donde estábamos, que lo teníamos preparado con algo mullido para que los panes no se rompiesen. Cogíamos los sacos al hombro, atravesábamos de nuevo el camposanto y los llevábamos hasta la taberna. Desde allí, salvando la vigilancia de los consumeros, con un fardel, pan a pan, los repartía por las casas de algunos ricos de Palencia, que los podían pagar. Los demás comían pan oscuro.
Nosotros siempre comíamos pan blanco, como los ricos, y mi madre, para merendar, me daba una rebanada de ese pan, cubierta de nata, con azúcar encima, que era todo un manjar. Los demás días, que mi padre estaba de viaje, los pocos panes de la cesta eran para nuestros clientes más especiales, que me daban propis, cuando se los llevaba: Don Severino, don Miguel, don Félix Pollos y el señor Hermoso de la joyería.

En medio de nuestra estrechez aquello nos servía, como decía mi madre, para ganar unas pesetillas, que buena falta nos hacían.  




Una historia de Julián González Prieto 
© CURIOSÓN

7 comentarios:

Jose Carlos dijo...

Difíciles tiempos aquellos de la post-guerra. Mi padres solían contarme las penurias que pasaron. Espero que jamas se repitan.
Muchas gracias por compartir.

Jaime García Reyero dijo...

Que buena historia. ¡Y qué recuerdos! Muy bueno este Curiosón. Saludos.

jarrrr dijo...

Muy buena historia, pero entonces era muy dura realidad
Menos mal que aquello paso ya
Mi abuelo siempre me decía que con el vicio y mal comer que hay hoy día sí aquellos tiempos volviesen muchos o aprendían a comer o se morían de hambre

JOSECARLOS dijo...

Es verdad que la dureza de la vida tiene que imprimir caracter; pues yo dipte he oído comentar casos y cosas ahora tremendas pero que entonces se veían normales.

En Zamota mis hermanos mayores tuvieron que salir con la bici hasta la llegada del tren al camino antes de la estación para recoger también muchos alimentos y objetos de uso diario que les lanzaban por las ventanillas para poder revender o sencillente para poder conseguirlas.
Sin embargo, a mi siempre me ha resultado muy especial aquella aventura habitual para ellos de vender o de cambiar el papel de extraza que conseguían en la capital para poder conseguir tocino patatas o legumbres en las pequeñas tiendas de cualquier pueblo... El papel gordo. grisáceo y poroso era su principal elemento de "trueque"
Pusesos ae recordar, ne viene a la memorioa cncon uerza y tasi temor ,quellos fantásticos viajes en el coche de línea hasta Ganame de SSaago, pensando en la bicivcleta que iba arriba en kla bacac del reumaático autobús que resbalaba fuertemente al llegar las cuestionas o antes de parar junto a la caseta del "fuieallo"delre daaletas, y mil artículos sobre losq ue viajaban como héroes los ljóvenes atrevidos a disfrutar del aire en sus csaas.ennaramaoos netre mil chismes

JOSECARLOS dijo...

"ELFIELATO" puede ser un tema a trabajar desde la historia personal.
La Baca" de los Coches de Línea sería para recordar y fantasear....

JOSECARLOS dijo...

Gracias,Julian, por traernos a la memoria tántos recuerdos maravillosos que no debemos dejar dormirse en "el sueño de lis justos' Es una auténtica gozada poder disfrutar de tus experiencias magníficamente narradas por tu exquisito estilo,lleno de sonrisa y entrañables anécdotas. Gracias

Julián González Prieto dijo...

Gracias, Javier, jarrr y los dos José Carlos, por vuestros amables comentarios.
Es verdad que fueron momentos duros y muy difíciles que, como bien deseáis, confiemos no se repitan.

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