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El campesino y el maestro

"...el campesino llevaba tres días caminando por el desierto, sacudido y golpeado por los fuertes vientos que casi lo tumbaban, castigando su agrietado rostro con el arena que se fijaba en sus mojadas mejillas de tanto llorar. Iba en busca del Maestro, el que le habían dicho que vivía allí. Él nunca había estado en el desierto pero debía encontrar una respuesta a su pregunta. Y sólo el Maestro se la podía dar. Los cuatro puntos cardinales mostraban lontananza el mismo paisaje, desierto, arena, dunas, todo movido por un viento que no se cansaba de agitarse. Todo se mezclaba a lo lejos con un cielo gris de nubes igualmente sacudidas y desintegradas. El desierto lo abarcaba todo como si fuera lo único que existía. 

Rudy Spillman


El cuarto día llegó con reminiscencias de un sol rojo y amenazante que aun se escondía entre las lejanas dunas, cuando el campesino divisó a lo lejos una carpa de lona blanca que parecía reflectar más luz que la del propio día. Supo enseguida que el Maestro se encontraba dentro. A medida que avanzaba hacia la extraña carpa su corazón latía fuerte y cada vez más de prisa. Un corazón que se había debilitado por tanto dolor. Cuando estuvo frente a la misma se detuvo por un momento y sólo escuchaba el incesante ruido del viento y el de la lona sacudiéndose. Acto seguido, escuchó una voz melodiosa desde el interior de la carpa, que detuvo por un momento todos los ruidos:

-Entra hombre... vamos, te estaba esperando-
"...el campesino llevaba tres días caminando por el desierto, sacudido y golpeado por los fuertes vientos que casi lo tumbaban, castigando su agrietado rostro con el arena que se fijaba en sus mojadas mejillas de tanto llorar. Iba en busca del Maestro, el que le habían dicho que vivía allí. Él nunca había estado en el desierto pero debía encontrar una respuesta a su pregunta. Y sólo el Maestro se la podía dar. Los cuatro puntos cardinales mostraban lontananza el mismo paisaje, desierto, arena, dunas, todo movido por un viento que no se cansaba de agitarse. Todo se mezclaba a lo lejos con un cielo gris de nubes igualmente sacudidas y desintegradas. El desierto lo abarcaba todo como si fuera lo único que existía.

El campesino traspasó la puerta de lona que colgaba y ya dentro todo se calmó. No hubo más viento ni ruido alguno. Parecía haberse trasladado a otro lugar. El afuera y el adentro no coincidían. El lugar era mágico. Sus lágrimas se secaron y el dolor de su corazón desapareció.

Temeroso y con cierta inseguridad penetró dentro y se quedó parado mirando al Maestro, mientras éste a su vez le sonreía y con un ademán hecho con su brazo izquierdo lo invitaba a sentarse sobre un acolchado almohadón colocado en el suelo frente a él. Hasta el momento el Maestro no había hablado. Era un hombre difícil de describir, incluso para el campesino. Supo en ese momento, que el Maestro era como lo veían los ojos del que lo miraba. Y eso lo reconfortó. Quedaron mucho tiempo mirándose uno al otro sin emitir palabra alguna. El silencio era extremadamente placentero. Pero de pronto, como todo, se rompió:

-Ya se que todo el dolor por el que haz hecho tan largo viaje, para verme, ha desaparecido... pero está bien...- y le volvió a sonreír amablemente:

-así debe ser para que puedas entender la respuesta a tu pregunta, pues tú mismo sabrás responderla-

Cerrando los ojos y juntando sus manos, le dijo al campesino:

-haz tu pregunta, hijo mío-

Y quedó tieso como una estatua hasta que el campesino se decidió a hablar:
-Maestro- ya sin emoción en su corazón, bajó su vista mientras el Maestro permanecía en la misma posición y con sus ojos aún cerrados y empezó a hablar envuelto en una fuerte sensación de estar allí solo:

-Maestro- dijo el campesino nuevamente -viví una vida de trabajo, sólo dedicado a mi esposa y mis tres hijos. Como todos en esta vida hemos pasado momentos buenos y momentos malos, entre los que debimos soportar la terrible enfermedad de mi esposa, de la cual por suerte se repuso; las inundaciones y luego la plaga que nos arruinaron por completo las cosechas, dejándonos en la ruina. Luego perdimos todo el rebaño de ovejas en manos de una voraz manada de lobos. Todo ocurrió en diferentes épocas de nuestras vidas. Y siempre supe entender al destino porque de mi padre aprendí de joven, que existe un paraíso escondido detrás de cada una de nuestras desgracias. Y así siempre sucedió. Todos nuestros problemas se fueron solucionando y siempre con paciencia supimos esperar hasta que el destino nos mostrara que todo lo que había ocurrido era lo mejor para nosotros... Esto, mi padre lo aprendió de Usted, Maestro...-

A esta altura del monólogo el campesino supo que ya no sería interrumpido por el Maestro, el que mostraba un rostro por demás complaciente que parecía saber como continuaría el monólogo de aquel hombre y cual sería el desenlace.

-Yo siempre supe esperar con paciencia y con el paso del tiempo y la observación, siempre llegaban las respuestas mostrándome que lo que había sucedido había sido siempre lo mejor por más doloroso que nos hubiese resultado-

De pronto el hombre sintió la boca y la garganta secas y colocando una de sus manos sobre el cuello, le habló al Maestro:

-Por favor Maestro, ¿ podría darme un vaso de agua?-

El Maestro, tieso aún y en la misma posición adoptada desde el principio, murmuró en voz muy baja:

-Mueve tus mandíbulas como si estuvieras mascando algo. Sentirás tu propia saliva mojando tu boca y tu garganta. Haz este ejercicio hasta que sientas que ya es suficiente y luego continúa hablando-

El campesino pudo ver los labios del Maestro moverse apenas un poco sólo para emitir aquellas palabras. Fue todo lo que se movió de él y volvió a su solemne quietud. El hombre hizo lo que el Maestro le dijo. Su boca y su garganta se mojaron y pudo continuar hablando:

-El último otoño se adelantó. Nos azotaron fuertes vientos, lluvias y tormentas. Pedro, el mayor de nuestros hijos empezó a sentirse mal una mañana. Aun así, quiso ir a los campos para salvar parte de las cosechas y resguardar los animales de las fuertes tormentas. Durante la noche su
salud empeoró. Tuvo mucha fiebre. A la mañana siguiente deliraba. Preparé la carreta y el caballo para llevarlo al pueblo en busca del médico. Mi esposa quiso acompañarme y los pequeños críos no podían quedar solos en el rancho. Así fue como todos viajamos al pueblo. Los esfuerzos hechos por el médico fueron en vano. Cuando llegamos con Pedro hasta lo del médico, el niño agonizaba. Tenía neumonía. Murió esa misma noche. Mi esposa y yo quedamos destrozados. No podíamos siquiera juntar las fuerzas necesarias para enterrarlo. La hermana de mi mujer y su esposo llegaron al lugar y nos llevaron con ellos, a su casa en un pueblo cercano. Se ocuparon del cuerpo de Pedro y de atender a los críos. Nos quedamos unos meses con ellos y les estuvimos muy agradecidos. Pero desde entonces no hacemos más que buscar y buscar...-

El recuerdo de aquellas vivencias derritió témpanos de lágrimas acumuladas en el corazón del campesino. Agotado, por tener que revivir esos hechos, continuó hablando. Hizo un último esfuerzo sabiendo que aquel monólogo llegaba a su fin:

-Maestro, ¿qué paraíso puede haber escondido detrás de semejante desgracia?-

Entonces, por primera vez, el Maestro abrió sus ojos y se movió. Se levantó del suelo con lentitud y fue en busca de un tazón de porcelana oscura conteniendo un brebaje que humeaba:
-Bébete este té, hijo mío. Luego intenta dormir un rato-

Para lo cual le acercó otro almohadón más grande:

-Cuando despiertes habrás encontrado respuesta a tu pregunta y podrás volver con tu familia-
El Maestro enfiló hacia la salida de la carpa. A espaldas del campesino colgaba la puerta de gruesa lona. El hombre giró su torso para observar. No creía que el Maestro, así sin más, abandonaría su propia carpa. Pero así fue. Lentamente y sin pronunciar palabra, el Maestro abandonó el lugar.

El campesino tuvo un impulso por seguirlo, pero recordó el mandato del Maestro y se recostó sobre el otro almohadón. Quedó dormido casi en forma inmediata.

El campesino despertó sobresaltado al ver tan claramente los siete cadáveres colgando. Buscó los almohadones. Miró a su alrededor buscando la carpa que lo había cobijado del incesante viento, pero no encontró nada.
El campesino soñó su propia historia y la de su familia. Sonó con los momentos previos a la enfermedad de su hijo Pedro. Soñó con otra versión de la historia y pudo enterarse de qué hubiese acontecido si su hijo no hubiese enfermado.

Al día siguiente al de la neumonía de Pedro, exactamente cuando el niño agonizaba y moría, haciendo vanos los intentos del médico por salvar su vida, una tribu indígena con sed de sangre llegaba a la zona donde su rancho se encontraba ubicado. Encontrarían todo vacío y continuarían su camino hasta llegar a un rancho vecino. Cuando la tribu abandonó el lugar, los siete integrantes de una misma familia que allí habitaban yacían colgados de los árboles que rodeaban la casa.
Se encontraba tendido en la cama de madera de roble, en la habitación de adobe de su propia casa. Mientras su mujer preparaba el desayuno aquella mañana, él pudo ver asomarse al mayor de los críos. Ya tenía la edad de Pedro cuando tristemente los había abandonado."

* Miembro de la Asociación Israelí de Escritores en Lengua Castellana (AIELC).
* Miembro de Escritores Club (Agrupación de Escritores Independientes de Habla Hispana).
* Asesor de la Academia Filosófica Hebrea "Sinaí".

Imagen: @De Pumar59





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