Había coincidido la fundación del imperio árabe de Occidente en Córdoba con la muerte del belicoso rey de Asturias Alfonso el Católico (756). ¡Cuán bella ocasión la de las revueltas que despedazaban a los musulmanes para haberse ido reponiendo los cristianos y haber dilatado o consolidado las adquisiciones de Alfonso, si los príncipes que les sucedieron hubieran seguido con firme planta la senda por él trazada, y si hubiera habido la debida concordia y acuerdo entre los defensores de una misma patria y de una misma fe! Pero, ¿por qué deplorable fatalidad, desde los primeros pasos hacia la gran obra de la restauración, cuando era común el infortunio, idéntico el sentimiento religioso, las creencias las mismas, igual el amor a la independencia, la necesidad de la unión urgente y reconocida, el interés uno solo, y no distintos los deseos, por qué deplorable fatalidad, decimos, comenzó a infiltrarse el gérmen funesto de la discordia, de la indisciplina y de la indocilidad entre los primeros restauradores de la monarquía hispano-cristiana?
DE 757 A 791
Por base lo asentamos ya en otros lugar. Era el genio ibero que revivía con las mismas virtudes y con los mismos vicios, con el mismo amor a la independencia y con las mismas rivalidades de localidad. Cada comarca gustaba de pelear aisladamente y de cuenta propia, y los reyes de Asturias no podían recabar de los cántabros y vascos sino una independencia o nominal o forzada (1).
A Alfonso I de Asturias le había sucedido su hijo Fruela (757). No faltaban a este príncipe ni energía ni ardor guerrero, pero era de condición áspera y dura, y de genio irritable en demasía. Mas este carácter, que le condujo a ser fratricida, no impidió que fuera tenido por religioso, de modo en que solía entenderse en aquellos tiempos la religiosidad, que era dar batallas a los infieles y fundar templos. De uno y otro certifican con su laconismo mortificante los cronistas de aquellos siglos. "Ganó victorias", nos dice secamente uno de ellos (2). "Alcanzó muchos triunfos contra el enemigo de Córdoba", nos dice otro (3). Si bien, este último, cita una de las batallas dadas por Fruela a los sarracenos en Portumium de Galicia, en que afirma haber muerto cincuenta y cuatro mil infieles, entre ellos su caudillo Omar ben Abderramán ben Hixem, nombre que no hayamos mencionado en ninguna historia árabe, las cuales guardan también profundo silencio acerca de esta batalla (1). No lo extrañamos. Achaque solía ser de los escritores de uno y otro pueblo consignar sus respectivos triunfos y omitir los reveses. Así, y como compensación de este silencio, nos hablan las crónicas árabes de una expedición hecha por Abderramán hacia los últimos años del reinado de Fruela a las fronteras de Galicia y montes Albarkenses, de la cual regresaron a Córdoba los musulmanes victoriosos, llevando consigo porción considerable de ganados y de cristianos cautivos, extendiéndose en descripciones de la vida rústica, de los trajes groseros y de las costumbres salvajes que habían observado en los cristianos del Norte de España (4). Y acerca de esta expedición enmudecen nuestros cronistas. Tarea penosa para el historiador imparcial la de vislumbrar la verdad de los hechos por entre la escasa y escatimada luz que en época tan oscura suministraban los parciales apuntes de los escritores de uno y otro bando, secos y avaros de palabras los unos, pródigos de poesía los otros (5).
_________
(1) Discurso premilimar
(2) Albeldens. Chron. n. 55
(3) Salmant. n. 16
(4) Conde, cap. XVIII
(5) Para que se vea hasta qué punto están en desacuerdo las crónicas árabes y las cristianas respecto a los sucesos de esta época, baste decir que hacia el año en que estas refieren la brillante victoria de Fruela en Portumio, suponen aquellas haber impuesto Abderramán un tributo a los cristianos de Galicia, basándose en un documento apócrifo. Ni entonces a Abderramán se le nombraba rey, sino emir, ni al reino cristiano de Asturias le llamaban ellos Castela, sino Galicia...
La Historia General de España de Modesto Lafuente, es considerada el paradigma de la
historiografía nacional del pensamiento liberal del siglo XIX. Impresa en Barcelona por Montaner y Simón entre 1888 y 1890.
No hay comentarios:
Publicar un comentario