Una serie de horribles tragedias, tan espantosas que las tomáramos por ficciones de imaginaciones sombrías si no las viéramos por todas las historias árabes confirmadas, señalaron el resto del reinado del primer Alhakem. Atónitos y helados de estupor se hallaron una mañana los moradores de Toledo al ofrecerse ante sus ojos el sangriento espectáculo de cuatrocientas cabezas separadas de sus troncos y destilando sangre todavía. El espanto se mudó en indignación al saber que aquellas cabezas eran de otros tantos nobles toledanos. ¿Quien había sido el bárbaro de aquella horrorosa matanza, y cual la causa del espantoso sacrificio?
DE 802 A 843
Recordará el lector que cuando el walí Amrú rescató a Toledo del poder del rebelde Ambroz, cuya cabeza llevó al emir hallándose en Chinchilla, había dejado por gobernador de la ciudad a su hijo Yussuf. Este inexperto y acalorado joven había exasperado con sus violencia y su imprudente conducta de tal manera a los toledanos, que llegó a producir un tumulto popular en que su alcázar, su guardia, su vida misma corrieron inminente riesgo. Se interpusieron los jeques y principales vecinos, y lograron apaciguar a la tumultuosa muchedumbre.
Mas sabiendo que el imprudente walí intentaba hacer un ejemplar escarmiento en los sublevados, y temiendo que provocara nuevos desórdenes y desafueros, se apoderaron ellos mismos del temerario Yussuf y encerrándole en una fortaleza enviaron un mensaje al emir donde le participaban lo que se habían visto obligados a hacer para sosegar al irritado pueblo. Recibió el emir estas cartas cuando se dirigía a Pamplona, se las mostró a Amrú, padre de Yussuf y después de haber acordado sacarle de Toledo, donde su presencia era peligrosa, le entrega la alcaldía de Tudela. Amrú, disimulando el agravio, se ofreció a reemplazar a su hijo en el gobierno de Toledo, a lo cual accedió el emir.
Oculto llevaba Amrú un pensamiento de venganza. Meditaba una ocasión, y quiso que fuese estruendosa y solemne. Enviaba Alhakem a la España Oriental cinco mil caballos andaluces al mando de su hijo Abderramán, joven de quince años. Al pasar la hueste cerca de Toledo salió Amrú a rogar al joven príncipe se dignase en trar en la ciudad y descansar algún día en su alcázar. Aceptó Abderramán la invitación, y se hospedó en casa del walí, el cual, para obsequiar al ilustre huésped, dispuso para aquella noche un magnífico festín, a que convidó a todos los vecinos más distinguidos y notables de la ciudad. Acudieron estos a la hora señalada. Al paso que los convidados entraban confiadamente en el alcázar, se apoderaban de ellos los guardias de Amrú, los conducían a una pieza subterránea y allí los iban degollando.
El trágico término del festín lo progonaban a la mañana siguiente las cuatrocientas cabezas que el bárbaro Amrú hizo enseñar al pueblo para inspirarle terror. ¿Qué parte habían tenido en la horrenda matanza Alhakem y su hijo? Si el emir no lo había ordenado o consentido, por lo menos así se divulgó por la ciudad, y gran parte del odio y de la animadversión pública cayó sobre él (805). En cuanto al joven Abderramán, no se le creyó participante de la negra traición y a los tres días salió con su hueste en dirección a Zaragoza (1).
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(1) Conde, cap. XXXII y XXXIII.
La Historia General de España de Modesto Lafuente, es considerada el paradigma de la
historiografía nacional del pensamiento liberal del siglo XIX.
Impresa en Barcelona por Montaner y Simón entre 1888 y 1890.
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