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Frida Kahlo

En julio de 2007 se cumplieron cien años del nacimiento de Frida Kahlo, la pintora mexicana que fue esposa de Diego Rivera, el gran muralista del México revolucionario.


29 años de sufrimiento y valentía.





Frida sostuvo siempre que había empezado a pintar por aburrimiento a los 18 años, a raíz del horrendo accidente que le machacó una pierna, le rompió la espalda y le perforó el vientre, cuando el autobús en que regresaba de clase tuvo un accidente, y ella se vio ensartada en un hierro que le perforó las entrañas. Durante la larga convalecencia, su madre colocó un espejo sobre la cama, y ella sin duda comenzó a usarse como modelo, por ser su propio cuerpo el que veía reflejado en el espejo ( me pinto a mí misma porque estoy a menudo sola y porque soy el tema que mejor conozco). Pintó una y otra vez su propio rostro, y también algunos bustos de mirada impactante que nos taladra…

Para ella la cama fue a la vez refugio, potro de tortura, y altar sagrado.

Tenía 18 años aquel trágico día de septiembre, y todavía logró sobrevivir casi otros treinta, años de constante deterioro y de heroica lucha por sobreponerse al dolor, verdaderamente admirables. Era tal su voluntad y sus ganas de vivir, que dos años después del accidente y tras un calvario de operaciones, logró llevar una vida casi normal aunque con frecuencia sentía agotamiento y dolores (Estoy empezando a acostumbrarme al sufrimiento).

Comenzó a frecuentar un círculo de artistas e intelectuales entre los que estaba el pintor Diego Rivera, con quien se casó enseguida, a los 22 años. Su relación pasó por momentos de amor y desamor, a causa de la enfermiza inclinación de él hacia todas las hembras que encontraba en su camino, incluida una hermana de la propia Frida.

Tenía también arranques violentos y para ella era al mismo tiempo el ogro bueno y malo de la infancia, el principio mismo de la vida.

Se separaron y volvieron a casarse, aunque al final la relación pasional dio paso a la ternura y la complicidad.

A Frida le encantaba adornar su físico, trenzaba su cabello con flores y cintas de raso, y se adornaba con joyas precolombinas. Vestirse era para ella una expresión artística más, y entre acicalarse frente a un espejo o pintar uno de sus autorretratos, no debía de haber mucha diferencia. Ambas actividades significaban un intento de luchar contra la decadencia de su cuerpo, que avanzaba inexorablemente. En los años finales ecribió en su diario: Yo soy la desintegración.

Artista de escasa producción, apenas doscientos cuadros en toda su vida y la mayoría reproduciendo su propia figura, Frida Kahlo se mostró siempre muy humilde con su trabajo como pintora. Sin embargo, André Breton, el principal teórico del Surrealismo, quedó fascinado por aquella pintura que era surrealista aunque su autora no lo supiera. En 1939 y tras una exposición en París, se la consideró dentro del movimiento surrealista, aunque más tarde, vinculada ideológicamente a la izquierda stalinista, lo repudiaría por ser una decadente manifestación del arte burgués.

Sus últimos diez años fueron de un suplicio indecible. Deseaba tener hijos y no podía; además, padecía dolores tan horribles que la obligaban a depender de la morfina; en ese tiempo se le practicaron más de treinta intervenciones quirúrgicas, y fue necesario amputarle la pierna derecha hasta la rodilla por padecer gangrena.

La descripción de sus sufrimientos nos impresiona vivamente; y es entonces cuando Frida se aferra más al dogma comunista: no creía en Dios y necesitaba poder agarrarse a algo.

Su último cuadro fue un bodegón de sandías, de un brillante color rojo, sobre el que escribió: “Viva la vida”.

En abril de 1953 se inauguró la primera exposición sobre su pintura en México. Aunque todos creían que no asistiría por encontrarse muy mal, a Diego (que siempre la apoyó), se le ocurrió la idea de mandar la cama e instalarla en medio de la sala de la exposición, y luego llevar a Frida en ambulancia. Así asistió, tumbada en aquel lecho que era a la vez refugio, desahogo y sudario. Allí se fue despidiendo, uno por uno, de todos sus amigos. El 13 de julio de ese mismo año, con 47 años, murió Frida y descansó por fin.

Cuando se cumplen ciento nueve años de su nacimiento, queremos que este recuerdo que hoy le dedicamos sea a la vez nuestro testimonio de admiración y respeto por su entereza, su valentía y sus deseos de vivir.

Imagen: Frida en 1932, en Wikipedia



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