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Camino Lebaniego
Si es verdad que con los años va cambiando tu actitud ante la vida, ante historias en las que nunca te fijaste, porque lo tenías cerca y no te llamaba conocerlo o porque entonces tenías otro concepto de las cosas.
Monasterio de Santo Toribio | @Curiosón |
Mi amiga y colaboradora Shaila Pereira, que ya me puso a prueba en el recorrido que va desde Cardaño de Arriba al Pozo Curavacas, cambió mi concepto sobre ese apego tan grande a la montaña, que me ha servido para conocer de cerca muchos caminos, los que hice en su compañía y los que sigue haciendo ella en compañía de amigos y familiares. Uno de los más recientes ha sido el Camino de Santiago desde Bilbao a Asturias en quince etapas y dos tiempos; uno desde Bilbao a Ribadesella y otro desde Ribadesella a Muros de Nalón. A propósito de esto, me contaba la vida que le había dado esta experiencia al encontrar a lo largo del recorrido y en los albergues caminantes de todo el mundo que vienen decididos a ganar el jubileo.
El próximo domingo 16 de abril arranca el Año Santo Lebaniego, una tradición que viene de la Edad Media y que tanto renombre y fama alcanza en los pagos vecinos. El Año Santo Lebaniego ocupa el cuarto lugar santo jubilar de la Cristiandad junto con Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela.
Varios son los caminos que nos llevan a Santo Toribio: el clásico, que parte de San Vicente de la Barquera; el camino Vadiniense, bordeando los Picos de Europa y el Camino Lebaniego Castellano, que arranca en nuestra ciudad y toca Tierra de Campos, La Ojeda y la Montaña Palentina. Se trata de una ruta de peregrinación reciente, del siglo pasado, poco conocida como ruta de peregrinación, que fue desde antiguo punto de conexión entre la Meseta y los Puertos del Cantábrico. Se cruza este Camino con el francés de Frómista; con la llamada Vía Aquitania en Osorno la Mayor, con la Ruta del Besaya en Alar del Rey y con el Vexu Kamin, el Viejo Camino a Santiago en Cervera de Pisuerga. En la web de la Diputación de Palencia, se puede descargar una completa guía que nos ayudará a despejar las dudas para llegar hasta aquél punto de Santo Toribio de Liébana a donde se dirigen los “crucenos”, como se les conocía a los Peregrinos del Camino Lebaniego.
Varios son los caminos que nos llevan a Santo Toribio: el clásico, que parte de San Vicente de la Barquera; el camino Vadiniense, bordeando los Picos de Europa y el Camino Lebaniego Castellano, que arranca en nuestra ciudad y toca Tierra de Campos, La Ojeda y la Montaña Palentina. Se trata de una ruta de peregrinación reciente, del siglo pasado, poco conocida como ruta de peregrinación, que fue desde antiguo punto de conexión entre la Meseta y los Puertos del Cantábrico. Se cruza este Camino con el francés de Frómista; con la llamada Vía Aquitania en Osorno la Mayor, con la Ruta del Besaya en Alar del Rey y con el Vexu Kamin, el Viejo Camino a Santiago en Cervera de Pisuerga. En la web de la Diputación de Palencia, se puede descargar una completa guía que nos ayudará a despejar las dudas para llegar hasta aquél punto de Santo Toribio de Liébana a donde se dirigen los “crucenos”, como se les conocía a los Peregrinos del Camino Lebaniego.
Actualización, Abr2025 | 💥+929👀
LA MADEJA
Cada viernes en la tercera de Diario Palentino
La osa de Ándara
El título obedece a una obra del escritor Joaquín Fusté Garcés, publicada en 1875, ubicando al suroeste de Cantabria, en las faldas de los Picos de Europa, a un extraño ser. Las versiones posteriores van tomando forma en la voz de los más ancianos, que las recogen a su vez de sus antepasados, y donde se habla de una bestia, mujer-osa, que evita cuanto puede el encuentro con los humanos, que no ataca si no se ve forzada a ello. Al describir su cuerpo dicen que está cubierto de pelo, sus cabellos son largos y morenos, sus manos ásperas y se cubre con una especie de jubón y un refajo.
Del libro de Froilán De Lózar
"Ver dos veces las cosas"
Mitología y Supersticiones de Cantabria. Edición limitada,
muy, muy agotada. En Amazón, para coleccionistas y muy amantes
por 1100€
La leyenda interesa a García Lomas, autor que ya hemos mencionado aquí a raíz de intervenir en los orígenes del “Cuevanito”. En 1964, haciéndose eco de la obra del primero, recoge en su obra “Mitología y supersticiones de Cantabria”, las andanzas de esta extraña figura, añadiendo el trabajo de campo realizado en 1924. Allí los lugareños más ancianos le cuentan cómo es y cómo vive la Osa de Ándara, cómo pasa el verano entre Grajal y Macondio y de qué modo busca en invierno el refugio de las cuevas de La Hermida. Que se alimenta de castañas, leche, maíz crudo y raíces y que en alguna época del año trapiña alguno de los cabritos que paren sus reses. En 1918, parte de los relatos de este investigador que recaló en Palencia, fueron publicados en la obra “Picos de Europa” de la que son coautores Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa y José F. Zabala, del Club Alpino Español. Quienes se sienten atraídos por el relato van añadiendo nuevos datos, algunos tan curiosos como aquel donde se dice que incrementaba sus rebaños con rebecos, a los que atrapaba con sigilo cuando nacían y eran amamantados por una de sus ovejas hasta que conseguía domesticarlos. Posteriormente, los profesores Manuel Gutiérrez y Carlos Luque, en su obra “La minería de los Picos de Europa”, donde se extraen escalerita y galena, describen la Sierra de Ándara como un lugar donde las inclemencias meteorológicas, sólo permiten trabajar seis meses, desde mayo a octubre. El ingeniero de alguna de aquellas minas, José Antonio Odriozola, interesado por los relatos de Fusté y García Lomas, se propone una revisión de la historia, localizando en 1966 a Crescencia González, nacida en Tresviso en 1888. Aquella le cuenta que la Osa de Ándara era una pastora, natural de Bejes, nacida en torno a 1818. Según esta testigo, se trataba de una mujer muy velluda (afectada de una enfermedad conocida como hirsutismo). Crescencia le asegura que la mujer llegó a tener toda la cara cubierta de pelo y, avergonzada, se retira a vivir en las cuevas de Ándara, donde permanecerá mucho tiempo cuidando su rebaño de cabras. La historia de Odriozola, que parece la más creíble, si es que alguna lo fue, pierde la compostura allí donde la fuente señala que años más tarde volvió al pueblo, se casó y tuvo numerosa descendencia. Fran Renedo Carrandi, seducido por esta historia como los anteriores, se preguntó al llegar a la versión del ingeniero, por esos hijos que tuvo y de los que nadie sabe nada. Tampoco debía ser tan salvaje, ni estar tan escondida, cuando su testigo afirma que las muchachas de Tresviso y Bejes subían de vez en cuando a ayudarla con su rebaño. Como la Ivetgges francesa, los simiot de los pirineos; los Silvan, en la comarca aragonesa de Sogarbe, los Bigfoot norteamericanos, o el Yeti que fue avistado en 1935 los relatos nos llevan a lugares preciosos y quienes lo transmiten, a veces, lo hacen con tanta fe que parecen en realidad parte de la propia historia.
Última actualización, Feb2025 | 278👀

VER DOS VECES LAS COSAS
Un canto a esta tierra
Viaje al occidente de Cantabria
Cinco son los nervios principales que forman esta extensa comarca: La ruta de Piedrasluengas: un extenso ramillete de pueblos que junto al río Buyón caminan hacia la capital de los mercados: Potes; la ruta de Espinama, en el extremo más occidental, que enseguida nos dejará en el Monasterio de Santo Toribio; la ruta de Aliva, el desfiladero de la Hermida y la ruta de San Glorio. Pero por proximidad y contacto voy a centrarme en la primera.
Del libro de Froilán De Lózar
"Ver dos veces las cosas"
Nadie ha discutido nunca la majestuosidad del Peñalabra, que los paisanos denominan familiarmente “mesa” o “baúl de Polaciones”. Subir a la cima es cosa de dos horas, y quienes conocen su bravura, aconsejan hacerlo por la parte sur, la que mira al valle de Pernía.
Mi buen amigo, el poeta vasco Marrodán, lo expresaría así en verso:
“Te rindo estas palabras, te evidencio
montaña de color, devoción sana…”
Su ladera está plagada de flores muy conocidas y apreciadas por nuestra gente: arzolla, genciana, te, sanguinaria…, milagrosas porque abren el apetito de los niños, desintoxican la sangre y curan las hinchazones. Pero no hay palabras para describir el mundo que se divisa desde su cima. Uno se imagina cómo buscan el mar aquellos valles cántabros, a la derecha, esa luz especial que despide la barrera de los Picos de Europa, y, al frente, las inmensas llanuras castellanas, los pantanos. Desde la parte palentina uno se va metiendo en estos valles fértiles, donde, merced a esa incomunicación y lejanía que padecieron, se nos muestra un paisaje inmaculado y una forma de vida inalterable. Los carreteros que viajaban hacia Palencia, tenían su última parada en la Venta del Horquero, antes conocida como la venta de Ezequiel y las Cortes. En otro tiempo también se conoció como la venta de Cantalguardia y los nativos del lugar aseguran que perteneció al valle de Santa María de Valdeprado, según papeles donde se especifica los gastos que tuvo el valle en retejarla hacia 1750. En este punto, donde la historia nos divide por un famoso y viejo pleito, el viajero puede recrearse con las leyendas de bandidos y las historias de carreteros y caminantes que en los crudos inviernos trataban de salvar los últimos kilómetros.
Los viejos lebaniegos recuerdan los largos viajes que realizaban con los carros, sobre todo a las poblaciones de Cervera, Aguilar y Mave, donde llevaban ruedas y barandillas, albarcas y escarpines, para regresar cargados de patatas, vino y harina. En documentos antiguos, según el Becerro de las Behetrías, los reyes mandaban donaciones y de su estudio se desprende el vínculo tan fuerte que nos mantuvo unidos a esta tierra. Así, el obispo de Palencia tuvo en tiempos Señorío en la parte de Polaciones, los pueblos enteros de Cotillos, Salceda, San Mamés y Tresabuela. Y en Liébana, los pueblos de Viñón, Castro, Rasés, Soberado, Valmeo, Bárago y Bedoya. Soberado en la actualidad forma parte del concejo de Bárago (cuya fundación se calcula hacia el 929). Desde estos pueblos se transportaban en carros las manzanas para venderlas en los pueblos palentinos de Lores, Vidrieros y Triollo.
Nos encontramos en el paso natural que los cántabros emplearon tras ser derrotados por Agrippa, para ir a refugiarse en el Monte Vindium. Aquellos bravos cántabros, que al decir de algunos investigadores bebían sangre de caballo, pasta de la que llevan bastante nuestros cuerpos, fueron capaces de mantener una guerra de diez años contra las invencibles legiones romanas.
Me he referido en varias ocasiones a la belleza de estos valles vecinos que, cobijados del cierzo por la grandeza de los Picos de Europa, disfrutan de un microclima que permite el cultivo de la vid y el cerezo, el trigo y el maíz, el olivo y el alcornoque.
Cuando hablo de la inmensidad y la grandeza de estos lugares, recuerdo la lectura de Robert Wagner en Verdeña. El descubridor del bosque de fósiles explicaba allí la causa de aquellas formaciones haciendo mención al cataclismo que alteró la tierra y levantó una montaña donde antes había un mar. Si allí colmó la alegría de nuestros ojos semejante fenómeno, a medida que nos metemos en la comarca lebaniega mayor se nos representa el espectáculo que las fuerzas tectónicas produjeron hasta elevar los sedimentos del lecho marino a la altura que hoy se encuentran.
A la belleza del paisaje se une la variedad y la riqueza de su flora y su fauna y un largo capítulo etnográfico todavía por estudiar.
Última actualización, Mar2025 | +407 👀

VER DOS VECES LAS COSAS
Un canto a esta tierra
Como el Covaterio
Estos últimos años no he dejado de viajar por el norte. Y cuando llegas a un pueblín como Piasca, al final del valle cántabro de Liébana, valle al que nos asomamos a menudo los palentinos desde Piedrasluengas, aquello es un regalo para los sentidos.
Piasca se encuentra a diez kilómetros de Potes y el viaje que me sugiere Margarita incluye la intención de conocer su iglesia. Allí el maestro Covaterio esculpió un beso. Y ella siempre le ve una explicación a esos misterios porque ha estudiado mucho y se conoce casi todos los secretos que atesora nuestro románico. Es una misión complicada esta de buscarle la explicación a los detalles de los maestros que tallaron las caras: ¿hombre y mujer? Maestro y alumno? Por las memorias de un caniche que se llamaba Mongui, he sabido que quienes viajan mucho entre románico suelen polemizar sobre los detalles, sobre los siglos, sobre los autores y, a veces, sin quererlo, le ponen veto a las escenas, como el crítico apuntilla sobre el orden de un capítulo en una novela de los autores más reputados. Dice Margarita: “Si extrapolamos a ambos jóvenes de sus respectivas dovelas ,parecen la misma persona o al menos el mismo modelo: imberbes, larga melena lisa sobre los hombros y raya al medio”. Yo soy torpe para esto. Cualquier arte me toca, pero no me imagino a un artista de aquellos siglos elaborando su escultura antes de hacerla, quiero decir, con un borrador ante sus ojos que, sin duda, existían, pues es obvio que los maestros tenían su librillo y de ahí la similitud de tantas obras en los pagos cercanos, en la ermita de Vallespinoso de Aguilar, en Pozancos y ya tocando tierras burgalesas, en Rebolledo de la Torre, donde el maestro estampa por fin su firma, como visionando la exclamación de sus fans muchos siglos más tarde.
Lo que llama la atención es el silencio y la intensidad con la que se volcaban en sus trabajos. Por cuatro maravedíes, elaborando una obra de arte que durase milenios, y que siguiera dejando dudas entre ese largo reguero de rendidos amantes. Qué diferencia con tantos niñatos de hoy emborrachados de éxito, que no saben hacer la o con un canuto.
Lo que llama la atención es el silencio y la intensidad con la que se volcaban en sus trabajos. Por cuatro maravedíes, elaborando una obra de arte que durase milenios, y que siguiera dejando dudas entre ese largo reguero de rendidos amantes. Qué diferencia con tantos niñatos de hoy emborrachados de éxito, que no saben hacer la o con un canuto.
En Santander, con Elisa
El otoño pasado, que parece que han transcurrido cuatro siglos, tuve la suerte de compartir en Santander una jornada con Elisa. Elisa Gómez Pedraja, es miembro del Centro de Estudios Montañeses y pertenece a la Asociación Cántabra de Genealogía.
Curiosamente, Elisa trabaja estos días en una investigación sobre la vida de Blas Nicolás Larín, que nació en Cuba. Su padre era de Pembes, localidad del municipio de Camaleño, situada a los pies de los Picos de Europa y perteneciente a la comarca de Liébana. Blas se casó en 1916 con M.ª Luz del Peral González, natural de Camasobres y se sabe que vivieron en la Casona, hoy hotel rural.
Cuaderno de Elisa Gómez Pedraja
Última actualización: Mar2025 | 453👀
LA MADEJA
Cada viernes en la tercera de Diario Palentino
La osa de Ándara
El ingeniero de alguna de aquellas minas, interesado por la los relatos de Fusté y García Lomas, se propone una revisión de la historia, localizando en 1966 a Crescencia González, nacida en Tresviso en 1888. Aquella le cuenta que la Osa de Ándara era una pastora, natural de Bejes.
El título obedece a una obra del escritor Joaquín Fusté Garcés, publicada en 1875, ubicando al suroeste de Cantabria, en las faldas de los Picos de Europa, a un extraño ser. Las versiones posteriores van tomando forma en la voz de los más ancianos, que las recogen a su vez de sus antepasados, y donde se habla de una bestia, mujer-osa, que evita cuanto puede el encuentro con los humanos, que no ataca si no se ve forzada a ello. Al describir su cuerpo dicen que está cubierto de pelo, sus cabellos son largos y morenos, sus manos ásperas y se cubre con una especie de jubón y un refajo.
La leyenda interesa a García Lomas, autor que ya hemos mencionado aquí a raiz de intervenir en los orígenes del “cuevanito”. En 1964, haciéndose eco de la obra del primero, recoge en su obra “Mitología y supersticiones de Cantabria”, las andanzas de esta extraña figura, añadiendo el trabajo de campo realizado en 1924. Allí los lugareños más ancianos le cuentan cómo es y cómo vive la Osa de Ándara, cómo pasa el verano entre Grajal y Macondio y de qué modo busca en invierno el refugio de las cuevas de La Hermida. Que se alimenta de castañas, leche, maiz crudo y raíces y que en alguna época del año trapiña alguno de los cabritos que paren sus reses. En 1918, parte de los relatos de este investigador que recaló en Palencia, fueron publicados en la obra “Picos de Europa” de la que son coautores Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa y José F. Zabala, del Club Alpino Español.
Quienes se sienten atraídos por el relato van añadiendo nuevos datos, algunos tan curiosos como aquel donde se dice que incrementaba sus rebaños con rebecos, a los que atrapaba con sigilo cuando nacían y eran amamantados por una de sus ovejas hasta que conseguía domesticarlos. Posteriormente, los profesores Manuel Gutiérrez y Carlos Luque, en su obra “La minería de los Picos de Europa”, donde se extraen escalerita y galena, describen la Sierra de Ándara como un lugar donde las inclemencias meteorológicas sólo permiten trabajar seis meses, desde mayo a octubre. El ingeniero de alguna de aquellas minas, José Antonio Odriozola, interesado por la los relatos de Fusté y García Lomas, se propone una revisión de la historia, localizando en 1966 a Crescencia González, nacida en Tresviso en 1888. Aquella le cuenta que la Osa de Ándara era una pastora, natural de Bejes, nacida en torno a 1818. Según esta testigo, se trataba de una mujer muy velluda (afectada de una enfermedad conocida como hirsutismo). Crescencia le asegura que la mujer llegó a tener toda la cara cubierta de pelo y, avergonzada, se retira a vivir en las cuevas de Ándara, donde permanecerá mucho tiempo cuidando su rebaño de cabras.
La historia de Odriozola, que parece la más creíble, si es que alguna lo fue, pierde la compostura allí donde la fuente señala que años más tarde volvió al pueblo, se casó y tuvo numerosa descendencia. Fran Renedo Carrandi, seducido por esta historia como los anteriores, se preguntó al llegar a la versión del ingeniero, por esos hijos que tuvo y de los que nadie sabe nada. Tampoco debía ser tan salvaje, ni estar tan escondida, cuando su testigo afirma que las muchachas de Tresviso y Bejes subían de vez en cuando a ayudarla con su rebaño.
Como la Ivetgges francesa, los simiot de los pirineos; los Silvan, en la comarca aragonesa de Sogarbe, los Bigfoot norteamericanos, o el Yeti que fue avistado en 1935 los relatos nos llevan a lugares preciosos y quienes lo transmiten, a veces, lo hacen con tanta fe que parecen en realidad parte de la propia historia.
De la sección del autor "Vuelta a los Orígenes", publicada en Diario Palentino, 13 de Septiembre de 2008.
La leyenda interesa a García Lomas, autor que ya hemos mencionado aquí a raiz de intervenir en los orígenes del “cuevanito”. En 1964, haciéndose eco de la obra del primero, recoge en su obra “Mitología y supersticiones de Cantabria”, las andanzas de esta extraña figura, añadiendo el trabajo de campo realizado en 1924. Allí los lugareños más ancianos le cuentan cómo es y cómo vive la Osa de Ándara, cómo pasa el verano entre Grajal y Macondio y de qué modo busca en invierno el refugio de las cuevas de La Hermida. Que se alimenta de castañas, leche, maiz crudo y raíces y que en alguna época del año trapiña alguno de los cabritos que paren sus reses. En 1918, parte de los relatos de este investigador que recaló en Palencia, fueron publicados en la obra “Picos de Europa” de la que son coautores Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa y José F. Zabala, del Club Alpino Español.
Quienes se sienten atraídos por el relato van añadiendo nuevos datos, algunos tan curiosos como aquel donde se dice que incrementaba sus rebaños con rebecos, a los que atrapaba con sigilo cuando nacían y eran amamantados por una de sus ovejas hasta que conseguía domesticarlos. Posteriormente, los profesores Manuel Gutiérrez y Carlos Luque, en su obra “La minería de los Picos de Europa”, donde se extraen escalerita y galena, describen la Sierra de Ándara como un lugar donde las inclemencias meteorológicas sólo permiten trabajar seis meses, desde mayo a octubre. El ingeniero de alguna de aquellas minas, José Antonio Odriozola, interesado por la los relatos de Fusté y García Lomas, se propone una revisión de la historia, localizando en 1966 a Crescencia González, nacida en Tresviso en 1888. Aquella le cuenta que la Osa de Ándara era una pastora, natural de Bejes, nacida en torno a 1818. Según esta testigo, se trataba de una mujer muy velluda (afectada de una enfermedad conocida como hirsutismo). Crescencia le asegura que la mujer llegó a tener toda la cara cubierta de pelo y, avergonzada, se retira a vivir en las cuevas de Ándara, donde permanecerá mucho tiempo cuidando su rebaño de cabras.
La historia de Odriozola, que parece la más creíble, si es que alguna lo fue, pierde la compostura allí donde la fuente señala que años más tarde volvió al pueblo, se casó y tuvo numerosa descendencia. Fran Renedo Carrandi, seducido por esta historia como los anteriores, se preguntó al llegar a la versión del ingeniero, por esos hijos que tuvo y de los que nadie sabe nada. Tampoco debía ser tan salvaje, ni estar tan escondida, cuando su testigo afirma que las muchachas de Tresviso y Bejes subían de vez en cuando a ayudarla con su rebaño.
Como la Ivetgges francesa, los simiot de los pirineos; los Silvan, en la comarca aragonesa de Sogarbe, los Bigfoot norteamericanos, o el Yeti que fue avistado en 1935 los relatos nos llevan a lugares preciosos y quienes lo transmiten, a veces, lo hacen con tanta fe que parecen en realidad parte de la propia historia.
De la sección del autor "Vuelta a los Orígenes", publicada en Diario Palentino, 13 de Septiembre de 2008.
Última actualización, Feb2025 | 643👀
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