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En tu nombre, VII

Habían transcurrido tres meses y pocos días de mi llegada a Cubillo de Ojeda. Año 1963. Ahora, en 2024, vive una sola familia a cuyos miembros tengo gran aprecio y con quienes mantengo buena amistad desde que, un día, el pequeño Daniel que, el 28 de este febrero cumplió 11 años, ¡felicidades!, me abrió la puerta de su casa. Tenía cinco años y era muy valiente. Le pedí que llamase a su mamá. Lo hizo. Y conocimos a María, la guapa y agradable mujer de José Luis quien, lógico, no estaba a esa hora en casa. Su trabajo, buen pastor -que lo es- le obliga a grandes sacrificios porque es responsable hasta la médula y, además, ejerce esta sacrificada tarea con simpatía que derrama con palabra y gesto. Pienso que, además de buenos pastos, José Luis transmite a su rebaño esa paz que le nace desde muy adentro y que regala a todo el mundo sin darle importancia. Cada día, puntualmente, no necesito reloj, en mi móvil suena la campanita que marca la entrada de mensajes: Señal cierta de que José Luis, comienza a enviarme las hermosas fotografías que hace, primero de sus ovejas, y corderillos, luego del camino que emprende con el rebaño, y mi escuela desde cualquier punto de su recorrido. Sin olvidar las del calendario que aparecen las primeras.


Imágenes: José Luis

José Luis pertenece “a la Asociación Nacional ANCHE, ganaderos que tienen ovejas de raza churra. Además, es presidente de IGP, del lechazo de Castilla y León que engloba los lechazos de razas autóctonas: Churra, Castellana y Ojalada”

Cada año, a ser posible el mismo día, repetíamos la escapada hacia la montaña pasando por cada pueblo en el que, juntos, descubrimos lo que otro amigo poeta, Eladio Cabañero, le había dejado bien grabado en el alma: “No es bueno que el hombre esté solo”

Y, precisamente, para recordar, que es tanto como volver a vivir, nos íbamos cada dos de junio, en busca de recuerdos y vida para que el tiempo feliz no se olvidara bajo alguna capa de la memoria ya vivida. Siempre repetíamos el mismo recorrido campestre, y en los pueblos, bares donde tomábamos los cafés y la comida. Disfrutábamos del románico del camino…

Parábamos en Perazancas en la panadería que regentaba una hija de Honorino, aquel buen hombre que, (tanto tiempo atrás) en su DKV, iba recogiendo con Marcelino y el médico, a las maestras de la zona para pasar la tarde en Cervera. Esa fecha, dos de junio, quedó grabada en nuestro corazón porque ese día, a los tres meses de conocernos, el amor era ya fuego compartido y decidimos unir nuestras vidas. Esa fecha la celebramos cada año porque significaba una decisión tomada en plural, sin agobios, simplemente porque tenía que ser así. Yo, por mi poca edad, cumpliría 20 años en julio, me veía demasiado joven para emprender una nueva vida lejos de toda mi familia, que vivía en Galicia, La Coruña, desde julio del año 1,963. Mi padre, Vidal, cuando le escribió el día tres de junio Marcelino una carta en la que yo colaboré dulcificando las palabras pues conocía bien a mi padre…No estaba dispuesto a aceptar una decisión ya irrevocable por nuestra parte.

Tanto se alarmó, que a primeros de julio pasó a recogerme, finalizado mi trabajo, y me llevó hacia el Norte, haciendo parada en cada punto de la costa asturiana, hasta llegar a Finisterre, para regresar a La Coruña. Albergaba en su corazón que yo olvidase a Marcelino con aquel “viajecito de placer”. Pero Marcelino me escribía a lista de correos porque en los lugares importantes nos quedábamos dos o tres días. Muchas cartas llegarían a destino pero la paloma ya no estaba allí… Escribí muchos cuentos y nunca se me ocurrió escribir uno sobre este tema. Tal vez mi mente quiso guardar esa etapa de mi vida, en la que yo había decidido no pensar más que en positivo. Sacar fuerza para seguir adelante. La verdad es que mi padre me dio todos los caprichos y nunca vi tantas películas, y comí tanto marisco. Hasta conocí, en Cambados, a Manolo Morán famosísimo en aquel tiempo…

En julio, en la semana del Apóstol, Marcelino fue a conocer a mis padres y sus razones de amor y su carácter amable y sencillo fueron tan sinceras y razonadas, que mi madre Julia, convenció a su marido de que la “cosa” iba en serio y que su “niña”, también estaba enamorada, como decía aquella canción tan pegadiza “feliz y enamorada”. Tampoco podré agradecer bastante a José María Fernández Nieto que se desplazase hasta Cubillo para conocer a aquella muchachita que le había robado el corazón a su amigo poeta. Otro día, más…



7 comentarios:

J. Javier Terán dijo...

Precioso relato, Carmen. Me ha encantado cómo lo narras, porque lo vives ahora como si fuera en aquel entonces. Y cuán duro y difícil era en aquel entonces lograr que en la familia le permitiesen a la mujer tener novio y, sobre todo, con miras a un posible matrimonio. Y tú nos lo cuentas aquí en este episodio de tu vida como maestra en Cubillo de una forma muy cercana, pero real a la vez, con episodios tales como cuando aquel año al terminar el curso tu padre fue a buscarte y te ofreció otra visión de la realidad del mundo por si lograba que abandonases tu idea de novia de Marcelino. Una muy tierna y enriquecedora historia, Carmen. Saludos.

Julián González Prieto dijo...

Buenos días, Carmen: Cuánta hermosa amistad a vuestro querido José Luis y su familia, y cuánto del más hermoso amor hacia Marcelino, expresa tu nueva entrega sobre los inicios de tu vida junto a él. Qué recuerdos tan entrañables nos traes de aquellos felices años.
Me ha hecho mucho bien el leerlos y releerlos. Una vez más siento el haber tardado tanto en reencontrarme con vosotros.

Froilán De Lózar dijo...

Si todas las memorias de una vida tienen el entrañable efecto de llevarnos a otros lugares y momentos, en este capítulo cuentas algo que era habitual en aquellos tiempos. Me gusta como vuelves una y otra vez a ese lugar de la Ojeda donde te siguen recordando como la mejor maestra. Gracias por compartirnos tus recuerdos. Que tengas buen día. Un abrazo.

CarmenGGuadilla dijo...

Los textos de Carmen Arroyo tienen muchas virtudes, una de ellas, la de enlazar poéticamente recuerdos pasados con vivencias actuales. Pues bien, su último relato, con la presencia del pastor y las ovejas, me llevó a recordar el pueblo de mis abuelos, Frómista, en donde pasé algunos veranos cuando era niña. Esa experiencia me sirvió para escribir el capítulo de Frómista, en mi novela: «El silencio de los Abedules». A continuación, presento algunos fragmentos sobre la visita que, en el siglo XIII, hiciera el estudiante alemán Jünger, acompañado del profesor inglés Odo de Cherinton, a su amigo Joseph, que vivía en Frómista. Tanto Jünger como Joseph eran estudiantes de la Universidad de Palencia. Era otoño. Habla Jünger.
………..…..
«Cuando llegamos a Frómista, resaltaba la vista de los palomares en medio de tierras de labranza cansadas de la siega. El olor fuerte a estiércol de vaca se mezclaba con el olor a paja de los fogones. Los niños jugaban en las calles húmedas de lluvia reciente y en la taberna había unos hombres con la mirada cansada, perdida en su vaso de vino.
Josef vivía en la aljama de los judíos, a pesar de que su familia era conversa. La aljama ocupaba prácticamente todo el pueblo. Las casas de adobe tenían ventanas pequeñas para resguardarse de los vientos helados del invierno.
—Lo más valioso del pueblo es la Iglesia San Martín de Tours —comentó Josef al maestro Odo, quien quedó embelesado con la armonía de los ábsides circulares.
—Es perfecto, una verdadera escultura celestial —dijo el magister Odo con un gesto de reverencia.
En la casa de Josef conocimos a su madre y su hermana mayor. Nos tenían preparada una habitación grande con dos camastros. Cuando salimos para cenar ya había llegado el padre de Josef, que era labrador y tenía el cutis curtido por el sol. Traía consigo una bolsa con pepinos de la huerta y unas codornices que había cazado. Al rato llegó el abuelo, alto y con la elegancia de algunos pastores que pasan los días mirando desde lo alto de las montañas. De su fardo sacó avellanas del camino que repartió con sus ancianos puños. Nos sentamos alrededor de la mesa, arriba de la trébede, mientras en la parte de abajo la madre preparaba, en el fogón, el puchero de la cena.

Alfonso Santamaría dijo...

Este domingo (17 de marzo) pasé dos veces por Cubillo de Ojeda en mi camino a Cervera y en la vuelta a Palencia. Con doble parada en el bello pueblo de Perazancas de Ojeda, que siempre me pareció frontera entre la Ojeda y la Montaña Palentina, y en el que cuando nevaba eran necesarias las cadenas. En Perazancas todavía aguanta el panadero, que amasa esa hogaza de montaña tan exquisita que se conserva una semana. Tomamos café en el Bar Lici, en el que todo es amabilidad, y a la vuelta almorzamos en el Lici exquisitas viandas, comida casera, cocinada por Lucinia, la abuela simpática y entrañable de 84 años, que no me dijo su edad y que maneja fogones y ayuda a sus hijas en el bar.
Tras Perazancas se llega a Cubillo de Ojeda, al pasar por este pequeño pueblo me vino a la memoria la maestrilla Carmen Arroyo, y como no su, entonces, incipiente novio y poeta, Marcelino García Velasco.
Entrañables estas Memorias que Carmen nos relata, interesa saber como llevó “lo suyo” con el poeta, lo enamorados que estaban, y como su padre no tuvo mas remedio que claudicar nada más conocer a un hombre de “carácter amable y sencillo”, así era el gran poeta Marcelino.

Carmen Arroyo dijo...

@Carmen GGuadilla. Si, acabo de leerlo. Has enlazado con soltura tus recuerdos de Frómista que aparecen en tu estupenda novela que cada Palentino debería leer. Es una magnífica oportunidad de. conocer cómo se vivía en Palencia la llegada de estudiantes que venían a formarse en la primera Universidad, la palentina, algo que debemos compartir con sano orgullo. Los Magister contratados por Tello Téllez y pagados junto con los que puso Alfonso VIII, hicieron posible que el Studium Generale aquirise rango de Universidad. Carmen, te paso copia del discurso que, con motivo de la inauguración del monumento que se erigió en su recuerdo, pronunció mi marido. Siempre se sintió orgulloso de que Palencia brillase con luz propia. Lástima que los caminos de la Historia, el heredero de Alfonso, se inclinase por Salamanca. Pero nuestro orgullo sigue en alto. Un abrazo querida amiga palentina que, dentro de poco vendrás, como el personaje de tu emotiva novela, al igual que tú personaje, te acercarás al lugar de tu nacimiento donde una palentina por amor a un poeta que me robó el alma y nuestros hijos palentinos, sin renunciar a mis raíces extremeñas, me siento orgullosamente palentina y aquí he dejado trabajo en la escuela y la palabra compartida en los Medios de Comunicación, poemas, narraciones y cuentos. Un abrazo virtual hasta que, ya pronto pueda hacerlo presencial.

Carmen Arroyo dijo...

Buenos días a Julián, Terán y Alfonso. Tres incondicionales de la lectura de EN TU NOMBRE, que dedico a mi marido gracias a la amabilidad y, ¡cómo callármelo!, al empujoncito que me brindó Froilán ante mi poco ánimo, sobre todo, de hace unos meses. Gracias, amigo Froilán. Confieso que, en muchas ocasiones, las palabras escritas iban envueltas en llanto. Menos mal que el teclado queda un pelín alejado de los ojos, de lo contrario, además del pañuelo que tenía a mano, hubiera necesitado acudir a una toalla, pequeña, hubiera bastado, no voy a ser exagerada. Quiero agradecer a los tres, en la misma medida, los comentarios que hacéis -cada uno en su estilo- pero igualmente buenos los tres y que leo con mucha gratitud. Desde siempre he sabido que toda persona sigue viviendo cuando la mantenemos en mente y corazón, hablamos de ella con familia y amigos y recordamos facetas de su vida o pequeños detalles que dejó entre nosotros para no ser olvidado. Y os digo una cosa que me duele. Nadie habla de nuestros artistas en el más amplio sentido de la palabra pero sí, de fútbol, a cualquier hora. Aprovecho para deciros que aunque Marcelino falleció el siete de abril, la misa del cabo de año se celebrará el sábado seis, en la iglesia de san Lázaro, a las ocho de la tarde. Quienes podáis ir, estupendo y quienes no, basta un medio minuto para recordarle. Gracias. Y, seguiremos con la, ya, octava entrega de EN TU NOMBRE.

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