Somos un país que tiene tiempo de dar importancia a la desaparición, por viejo, del toro más sanguinario que se ha conocido en muchas fiestas populares, con tres muertos y decenas de heridos entre sus cuernos, incluso se habla de embalsamarlo, como a los grandes dictadores, ahora que cuenta con un videojuego y con un libro en su memoria, además de un futuro museo, a la vez que se hacen apuestas por perpetuar la especie después de echarlo como semental. Qué espanto que en estos tiempos que vivimos muchos alcaldes y responsables de festejos, principalmente del levante español –donde arden montes por efecto de cohetes de pirotecnia-, hayan estado pagando cantidades por encima de los 10.000 euros, para atraer curiosos del morbo y amigos de la muerte, en forma de hipotéticos turistas del municipio en fiestas; y que incluso le hayan sacado hasta un posible rendimiento electoral. Qué vergonzoso que se cierren urgencias en pueblos de ancianos sin recursos y que se siga dando prioridad a este tipo de eventos, donde se derrochan medios y personal, por miedo a que haya quien se pueda enfadar porque se acabe con una tradición, brutal.
Aurelio Martín
De su sección: una col
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