La Olmeda
Es conveniente hablar de vez en cuando de La Olmeda. Aquí y en París. Insistir sobre aquel tesoro de Saldaña que mueve a reflexión al mundo entero. Porque se habla de miles de visitantes que van a verlo y vuelven cuando pueden para ver detalles e historias que pasaron de largo. Insisto, porque hay muchos paisanos nuestros que no lo conocen. El sábado, en el museo de Saldaña, donde se complementa la visita de la Villa Romana, un grupo de personas se lamentaban porque, por equivocación, habían venido antes al Museo perdiendo la visita guiada.
Javier Cortés de Miranda (ya no queda gente tan desprendida) lo descubrió, y durante doce años dedicó mucho tiempo y dinero al levantamiento y conservación de los primeros mosaicos. Los investigadores hablan de dos tiempos o fases, la villa que toma forma en el siglo I y que sufrirá una reforma importante en el siglo IV, en tiempos de Constantino y Teodosio I el grande, y que será abandonada dos siglos más tarde. Sin duda, el mayor atractivo, lo que te invita a conocerlo, es el conjunto de mosaicos que pavimentan sus suelos, donde sobresale y sorprende el que se encuentra en el oecus de la casa donde pueden apreciarse las escenas de caza, la leyenda del encuentro de Aquiles y Ulises, las estaciones del año tan bien representadas. Mientras la guía nos conduce por los restos de aquella impresionante mansión, sita en Pedrosa De la Vega, yo repaso mentalmente la perfección, el colorido, la relativa pero importante conservación de todo aquello después de siglos de silencio, como que nada se sabía, como que no quedaron referencias en ningún sitio de aquel esplendor que marcó un tiempo.
Hasta el arte nos recuerda la debilidad del ser humano. Una villa de cuatro mil metros que no le faltaba un detalle, cuyos restos ponen en evidencia el poderío de sus dueños. Las tres necrópolis encontradas que nos hablan de más de 700 tumbas pertenecientes a distintos periodos y la recuperación de ajuares y material arqueológico que puede verse en la iglesia de San Pedro, edificio cedido por el obispado a la Diputación para albergar el Museo monográfico de la Villa Romana de La Olmeda. Todo nos sirve de ejemplo para recordar que todo pasa, que una peste puede arrasar con la historia más grande, que no hay grandeza, ni fama, ni poder que resistan al tiempo. Mi amigo Herminio Revilla, el escultor de Villabellaco, me hablaba hace algunos meses de la integridad y la grandeza de Javier Cortés y de la imagen tan pequeña donde se le recuerda. Pero yo diría que nos dejó lo esencial para que brillara la historia. Que todo lo tenía y todo lo cedió para que su tierra recogiese el testigo y lleguen visitantes de todo el mundo a conocerla. Una pena que muchos de sus paisanos sigan ignorando uno de los yacimientos arqueológicos más importantes del mundo romano hispánico.
Actualización: Jun2025 | 255👀
LA MADEJA
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