Historia de un Emperador
En el siglo XIII, en China, el emperador Shi Guang Ti quiso borrar la historia de su país. Deseaba que nadie conociese el nombre de sus antecesores, sus hechos gloriosos, las batallas ganadas, los magníficos palacios que habían ordenado construir y que, ni tan siquiera, recordasen el amor despertado en el pueblo por su buen gobierno. Y como se dio cuenta de que todo quedaba reflejado en los libros, ordenó quemar cuantos habían sido escritos antes de que él se hiciese coronar emperador. De este modo, pensó, que la historia había sido destruida y que, a partir de ese momento él inauguraba una nueva dinastía en la que se consideraba y sentía el dios emperador.
Y ordenó que se prohibiera, bajo pena de muerte, la narración de todos aquellos hechos y los nombres de sus protagonistas. El obligado culto a su personalidad acumuló consecuencias aterradoras: atrocidades sin fin, castigos terribles y sentencias de muerte cada día. Para lograr su capricho, se rodeó de una corte de acólitos sumisos quienes, a cambio, obtuvieron puestos privilegiados y enormes riquezas. Pero ningún hecho está libre de ser relatado o escrito, de ahí que la historia de este emperador haya llegado hasta nosotros porque alguno de sus súbditos, indudablemente valiente y jugándose la vida, decidió narrar lo que vivió de primera mano. Este es el gran poder de la palabra escrita. Shi Guang Ti, no fue la única persona amante de la hoguera para libros. Sin apartarnos de nuestra Historia encontraremos todo tipo de gente que odia los libros: fanáticos religiosos, o enemigos del saber que, incapaces de aceptar la realidad y el progreso o de admitir con humildad el saber de los otros, tal vez por pura soberbia, son negacionistas convencidos y no están de acuerdo con la realidad y el progreso, ni tan siquiera reconocen su error ante los nuevos descubrimientos científicos, y deciden luchar contra la cultura que nos regalan estos buenos amigos; uno de ellos se llamó Torquemada, el gran Inquisidor.
Cervantes nos relata en El Quijote cómo, unos personajes de su gran obra, esta vez por ignorancia, queman algunos libros de Caballería porque, según ellos, habían causado la locura de su señor. Y, el cura, va separando algunos porque `son dignos de ser salvados´. Vale la pena profundizar en este capítulo, no es muy largo. Y, por supuesto, leer el libro entero, mejor que mejor. Después de la guerra civil española, `incivil´, decía mi marido, la lista de libros prohibidos fue enorme. Muchos escritores se autocensuraban para poder publicar. Hay un libro de Manuel Rivas que relata cómo después del 36, en La Coruña, en El Parrote, se apilaron miles y miles y se hizo con ellos una gran hoguera. No olvidemos el placer que proporciona la lectura de un buen libro. Los libros son buenos compañeros, nos hacen más felices y sabios, tolerantes y, por supuesto, más libres.
Gracias, Miguel de Santiago, por esa delicia de La música en el alma que dedicas a Carmen Casado Linarejos, ilustre profesora y escritora, amante de la buena poesía y de la buena música. Y añado: La persona que mejor conoce y valora tu obra. Y agradezco tus palabras: Para Carmen, que habita un hogar en el que la música siempre ha estado presente. Las buenas bibliotecas están repartidas por todo el mundo. Cuanto más rico y culto es un país, más libros leen sus habitantes. Hace poco oí que en España se lee poco y que algunos de sus habitantes no habían leído un libro en toda su vida. Con gusto les envío una recomendación: Un libro al año, no hace daño. El tacto del papel es agradable, su peso liviano y sus palabras, un tesoro. ¿Nos animamos a cambiar la estadística?
Actualización Jun2025 | 150👀
Sentir de la palabra