Leyenda del Pozo Las Lomas
Cuentan los ancianos de Cardaño de Arriba que el Pozo de las Lomas no es un lago cualquiera, sino un espejo encantado creado por los antiguos guardianes de la montaña.
En días despejados, su superficie refleja el cielo con una perfección que parece abrir un portal a otro mundo. Pero en días de niebla densa, como si la montaña quisiera ocultar su tesoro, el pozo desaparece, envuelto en un velo que nadie puede atravesar con la vista.
Hace mucho tiempo, cuando los picos de las agujas de Cardaño eran aún más afilados, vivía en el pozo una criatura mágica, el tritón alpino, que entonces no era un animal cualquiera, sino el guardián del agua cristalina. Según la leyenda, el tritón poseía un brillo en su piel que podía iluminar los senderos en las noches más oscuras y guiar a los viajeros perdidos entre la niebla. Pero su don no era gratuito: solo ayudaba a aquellos que respetaban la naturaleza y trataban a la montaña con amor y cuidado.
Durante siglos, el tritón alpino —al que los antiguos llamaban Luar, por el fulgor plateado que emitía al moverse bajo la luna— fue el vigilante silencioso de los altos valles. Apenas lo veían los humanos, y cuando lo hacían, siempre era en momentos de gran necesidad, cuando una vida pendía de un hilo o un alma se encontraba extraviada entre las crestas.
Los pastores decían que Luar se aparecía en noches cerradas, cuando la niebla bajaba densa como un rebaño dormido y el viento se perdía entre las escobas. Su luz, tenue y temblorosa como la de una luciérnaga antigua, marcaba el camino hacia el abrigo más cercano, o hacia un sendero que el tiempo había borrado. Pero quienes seguían su estela sin merecerla —quienes maldecían al monte, arrojaban basura en los arroyos o encendían fuego donde no debían— jamás volvían a verle… y a veces, tampoco a casa.
Hubo una vez, dicen los ancianos de Cardaño de Arriba, un viajero que no creía en cuentos ni leyendas. Era un hombre del sur, llegado con mapas y brújula, dispuesto a “descubrir” lo que la gente del valle conocía desde siempre. Se burló de los avisos, rio ante las advertencias de las mujeres viejas, y subió al Pozo con botas nuevas y corazón ciego.
Esa noche, la niebla fue tan espesa que parecía piedra. El viajero se perdió antes de alcanzar la mitad del sendero. Gritó, corrió, tropezó. Y entonces vio una luz. Azulada, danzante, que parecía invitarle. La siguió con torpeza, sin entender que no era una guía… sino un juicio.
Cuando el resplandor se apagó, el hombre estaba solo, en un claro donde los árboles no crecían y el viento no sonaba. Al amanecer, unos pastores lo encontraron encogido, sin herida visible, pero con la mirada ida, como quien ha visto algo que no debió.
Desde entonces, incluso los más escépticos enmudecen al hablar del Pozo de las Lomas y del tritón de luz. Porque hay cosas que no se deben provocar, y guardianes que no olvidan. Y aún hoy, en las noches limpias de verano, cuando el silencio se asienta como un manto sobre el valle, algunos afirman haber visto un brillo leve bajo la superficie del agua.
Un destello que no es reflejo de estrella ni linterna de caminante… sino el último vestigio de Luar, el tritón sagrado, velando en la sombra.
Mi Tierra en el Corazón