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Rueda de Traficantes 13

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Cuando las lealtades no se ofrecen desinteresadamente, sino que se compran por dinero o por chantaje, se abre la puerta a la corrupción y a la violencia.


Froilán de Lózar | Xabier Gereño


                    13





CAPÍTULO IX

1

El mundo del narcotráfico es tan cruel, que conceptos de hondo calado humano como la amistad y la lealtad carecen en él de sentido, han sido devaluados, despojados de su grandeza porque el dinero ha irrumpido inmisericorde para corromperlos. Cuando las lealtades no se ofrecen desinteresadamente, sino que se compran por dinero o por chantaje, se abre la puerta a la corrupción y a la violencia. La dureza de corazón no brota de improviso en las personas, sino que se forja a lo largo de años por la influencia de circunstancias externas que van conformando el modo de ser de cada uno. Algunas veces, pocas, surge en el interior de quienes se encuentran atrapados una lucecita de alarma, pero su llamada de atención dura poco; es breve, debido a que siempre se encuentran razones, más bien pretextos, para acallarla y anularla. Karina vio salir de su despacho a Jaime, de la mano de Gina. Iban a celebrar el éxito del primer viaje de ella a Galicia. Y posiblemente hablarían también del futuro. Todo ello sería muy interesante. Se levantó y cerró con pasador la puerta. Luego conectó la grabadora para que los diminutos micrófonos de alta fidelidad, prácticamente invisibles, colocados en diversos lugares de la habitación de Gina, recogiesen lo que allí se hablaba y la máquina de grabar lo registrara. Era innoble escuchar conversaciones ajenas, pero lo hacía por su cuenta, sin que nadie la obligase, porque ella era así. El mundo y sus circunstancias le habían conducido a comportarse de aquella manera no convencional. Había vivido su niñez en un ambiente hostil, duro como la selva. Había crecido en plena jungla, en la que sobrevivir era difícil y triunfar casi imposible. Cuando Jaime la sacó de la calle y la colocó al frente del burdel de lujo, Karina advirtió de inmediato las inmensas posibilidades que su nuevo trabajo le ofrecía. ¿Agradecimiento a Jaime? ¿Lealtad a él por haberla sacado de aquello? ¡No! Jaime no lo había hecho por compasión, sino por su propia conveniencia. No lo había hecho por hacerle un favor a ella. Ella le interesaba para dirigir su nuevo negocio. Era una simple operación comercial, puro cálculo. Un trámite en el que los sentimientos no contaron para nada.

Karina empleó sus primeros ahorros en instalar los más sofisticados aparatos, con objeto de recoger conversaciones y escenas. Los sistemas de escucha habían sido colocados por orden de Karina en cada una de las catorce habitaciones preparadas para atender a los clientes. Cada mañana visionaba las grabaciones recogidas a lo largo de la tarde y noche del día anterior, seleccionando las más interesantes que, convenientemente rotuladas y clasificadas, las guardaba después en una caja fuerte de alta seguridad que había instalado en su apartamento privado de Madrid. Hasta el momento no había tenido la necesidad de utilizarlas para presionar a nadie, salvo en el caso de Jaime, en el que dosificaba la información obtenida, ofreciéndosela luego a Don Carlos, pues éste le había ordenado vigilar a Jaime y mantenerle informado de sus movimientos en los negocios. En los demás casos, Karina almacenaba información. Era un capital acumulado del que ahora no disfrutaba, pero que llegado el momento ahí estaba para ser utilizado. Miró la grabadora, que seguía funcionando. Don Carlos no era persona con la que se podía jugar. Como muestra, ahí estaba la paliza que Jaime había recibido por el simple hecho de no informarle como él quería. La paliza. En eso se había propasado don Carlos, pero él era así, duro como el pedernal. Suspiró. Ella tenía dos jefes que se recelaban mutuamente. Se encontraba en medio de los dos. ¿Qué haría Jaime con ella, si algún día se enteraba de que le estaba traicionando?

Se levantó nerviosa y paseó por la habitación. Examinó las plantas y arregló algunas de ellas. Volvió a su mesa de trabajo y repasó la lista de clientes que ocupaban las habitaciones en ese momento. Eran siete en total: dos empresarios, un político, un alto empleado de banca y tres desconocidos. Con Jaime eran ocho. Examinó el funcionamiento de las ocho grabadoras. Era increíble la transformación que se operaba en todos esos hombres de aspecto serio e imponente cuando se encerraban en una de las habitaciones con una mujer provocativa. La más inofensiva de las grabaciones que ella guardaba en su caja fuerte valía un dineral. Era suficiente para destruir la reputación de una persona. Cualquiera de ellos pagaría una fortuna para que no se divulgase su contenido.

¡Oh, si ella dispusiese de algo comprometedor sobre don Carlos! No se había atrevido a llevar oculto un micrófono en las contadas ocasiones en las que hablaron personalmente. Ese hombre era el mismo diablo, por eso le temía. Parecía tener la omnipresencia de un dios, las cualidades de un ser sobrenatural para saberlo todo. A don Carlos no se le podía engañar.
Cogió el teléfono y pidió que le sirvieran la cena.
— ¿Lo de siempre, doña Karina?
—Sí.
Se asomó a la ventana y contempló soñadora el cielo estrellado. ¡Qué bello sería vivir en paz! Aunque mirándolo bien, sería aburrido, porque ella se sentía vital, le iba la movida, la acción. Le agradaba estar ocupada, hacer cosas… Lo malo era que estaba relacionada con personas peligrosas, inmersa en un tipo de negocio en el que las maldades acechaban para destruirte en cada recodo del camino.
Ahora, con sus cuarenta años, se sentía fuerte para hacer frente a los retos de su trabajo y a las situaciones conflictivas que se presentasen. Incluso ella misma se sentía capaz de comportarse con la dureza de don Carlos y de Jaime, de actuar como ellos lo hacían. Ahora. Quizás luego, cuando sus fuerzas flaquearan con el paso de los años, sintiese la necesidad de contemplar esas estrellas que tachonaban el cielo, desde la terraza de un confortable chalé en primera línea de playa, tumbada en una mecedora, moviéndose con suave vaivén. Si llegaba con vida a esos años, por supuesto, lo que de otro modo era más que dudoso.
Golpearon con suavidad la puerta.
— ¡Adelante!
—Su cena, doña Karina.
Entró una camarera uniformada en negro y con delantal blanco. Con su minifalda, el lazo rojo en su cabello y su ligero caminar parecía una bella conejita.
—Gracias, Lucía.
Depositó la bandeja con suavidad sobre la mesa.
— ¿Alguna cosa más, doña Karina?
—No, así está bien –dijo tras examinar el contenido.
La joven se retiró y Karina comenzó a cenar. Ensalada, huevos revueltos y un yogur de postre. Para beber, zumo de piña.
En agosto, cuando Madrid se quedase sin gente, se tomaría un mes de vacaciones. Iría a Singapur y a Hong Kong. Estaba recibiendo clases de inglés y había adelantado bastante, lo que le sería de utilidad en su viaje a esas dos ciudades. Sería un viaje de turismo, pero su intención era sacarle también un provecho práctico, por lo que visitaría negocios similares al que ella dirigía aquí. Siempre es posible aprender de lo que se ve, ese era su criterio, y siendo el amor una práctica universal, no estaría de más estudiar lo que se hacía en ese campo en aquellas lejanas y exóticas tierras.
Terminó de cenar y mandó retirar la bandeja. Retocó el maquillaje de su rostro. Poco después, entraba Jaime.
Ella le sonrió.
— ¿Ha ido bien la velada?
A Jaime se le veía satisfecho.
— ¡Oh, sí! Ahora he de irme —dijo consultando su reloj—. Mañana tengo muchas cosas que hacer.
Karina se levantó y se acercó a él.
—Cuídate –dijo, besándole en la mejilla derecha.
—Lo intentaré –respondió Jaime sonriente, devolviéndola el beso.
—No me olvides –le rogó ella con coquetería.
—No lo haré. Vete preparándote para dirigir un gran hotel en la costa andaluza –dijo él mientras se dirigía hacia la puerta.
Jaime salió y cerró la puerta. En ese momento la sonrisa desapareció del rostro de Karina, cubriéndose de seriedad. ¿Dirigir un hotel? No. Si lo hiciera, abandonando el burdel de lujo que ahora dirigía, ¿Cómo diablos iba a poder continuar aumentando su archivo secreto de videos comprometedores? Pero sobre todo lo que más deseaba era tener la oportunidad de grabar algo que implicase gravemente a don Carlos. Con él y con Jaime fuera de juego, ella sería más libre y, quién sabe, quizás tuviese la oportunidad de heredar el poder que ambos tenían.
Era un sueño, pero a veces los sueños se hacen realidad…

2

Karina, en la tranquilidad y el confort de su apartamento, se dispuso a visionar las ocho cintas grabadas aquella tarde–noche. Comenzó por la de Jaime.
Lo único importante que encontró en la primera parte fue el trato realizado entre él y Gina, por el que la chica realizaría viajes quincenales transportando droga, por cuyo servicio cobraría diez mil euros cada vez.
— ¡Vaya! –comentó –. Va a ganar más que yo.
Pero no se lo tomó a mal. No se cambiaría por Gina, porque aun cuando ella ganaba algo menos, su función al frente del burdel no entrañaba riesgos tan graves como los que a la joven le rondarían. Lo más grave podía ser los vídeos que grababa si es que llegara a utilizarlos…
Dejó de lado ese pensamiento cuando llegaron las escenas de cama. Las pasó a velocidad, sin verlas. Eso no la interesaba. Lo tenía muy visto.
¡Ah!, ahora descansaban. Era el momento ideal para una conversación más relajada, el momento de las confidencias. Karina prestó atención. Jaime y Gina se colocaron de costado, frente a frente. El brazo derecho de él se situó debajo del cuello de ella. La atrajo hacia sí y la besó con pasión.
— ¿Te ha gustado? –preguntó ella sonriendo.
—Sí, mucho.
Hubo un momento de silencio.
—Háblame de ti –pidió ella.
—No hay mucho que contar. Soy un hombre hecho por mí mismo. Todo lo que soy y lo que tengo lo he conseguido con mi propio esfuerzo, no por herencia ni con ayuda de otros.
—Eso es muy meritorio. ¿Cómo empezaste en esto?
— ¿En la droga?
—Sí.
—Desde abajo. Alguien me invitó a vender droga a los consumidores y acepté. Llevaba tiempo sin encontrar trabajo. Luego fui ascendiendo.
—Has subido deprisa, porque eres joven todavía…
—Es que soy ambicioso. En seguida me di cuenta de las posibilidades que ofrecía esa clase de negocio y me hice valer.
— ¿Hay muchos por encima de ti?
—Uno.
— ¡Vaya! Ya te queda poco para llegar hasta la cumbre. El rostro de Jaime se ensombreció.
—Es el tramo más difícil.
— ¿Lucharás por vencerlo?
—Sí
—Será peligroso. ¿No temes por tu vida?
—Sí. Pero no soy yo el único que debe temerla.
Gina suspiró.
—Creo que me he metido en un avispero.
El la acarició.
—No temas. Procuraré dejarte al margen de las situaciones más peligrosas. Tu único motivo de peligro es la policía, y esa no mata.
— ¿Has tenido que matar a alguien?
—Hace unos días, unas horas antes de salir para La Coruña, recibí en mi despacho de la Castellana la visita de un joven que quería vengarse. Me acusaba a mí de la muerte de unos chavales que murieron hace unos meses por unas dosis que recibimos en mal estado. Quería chantajearme.
— ¿Nunca te han matado a ningún colaborador?
El rostro de Jaime se ensombreció. “Está recordando a Pedro”, pensó Karina.
—A uno.
— ¿Quién lo hizo? ¿Alguien de alguna banda rival?
—No.
— ¿Vuestro jefe máximo? ¿Ese que está por encima de ti?
—Sí.
— ¿Quién es? Perdona la pregunta, pero si estoy en esto creo que debo saberlo para guardarme de él.
Karina, visionando y escuchando la cinta se alarmó. Gina preguntaba demasiado. ¿Por qué se interesaba tanto?
Prestó más atención.
—Por ahora no conviene que lo sepas.
—Está bien, no insistiré.
Hubo un momento de silencio. Gina le acarició el cabello.
— ¿Sabes?, creo que eres un hombre demasiado ocupado. He oído que los grandes traficantes se dedican a muchos negocios legales para blanquear el dinero que obtienen con la venta de droga. ¿No delegas en otros la dirección de tus negocios legales?
—Sí, los delego, pero no quiero perder del todo mi control sobre ellos.
Gina continuaba acariciándole el cabello.
—Eso está bien –convino ella.
—Si te portas bien, quizás te ponga al frente de un negocio. No por ahora, sino cuando estés muy vista en la carretera. Hay que cambiar a las personas antes de que sea demasiado tarde.
—Me portaré bien, cariño –aseguró ella acariciándole el rostro.
¿Sabes? Me gustaría dirigir un negocio de modas.
El la miró con curiosidad.
— ¿De modas?
—Sí. Últimamente tengo que visitar muchas, porque este es un lugar de lujo y tenemos que estar bien vestidas. “Modas Olmos”, “Modas Premier”, “Modas Marconi”… 
Karina pegó un brinco al escuchar este nombre.
—…” Modas Iris” y muchas otras. ¿Es tuya alguna de ellas? Cuando he mencionado a “Modas Marconi” has hecho un gesto con los ojos. ¿Es tuya?
—No.
— ¿De tu jefe?
Jaime se movió inquieto.
—Dejemos eso.
—Como quieras, cariño. Haré méritos para que me pongas al frente de una tienda de modas del nivel de las que he mencionado. Son de verdadero lujo. Valen un dineral y me parece que darán buenos beneficios. Además, tengo buen tipo y las posibles clientas tendrían en mí una modelo a quien imitar.
El la miró con complacencia.
—Sí, creo que vales para modelo.
— ¿Sólo para eso? –preguntó ella, mimosa. Jaime sonrió.
—Para eso y para mucho más.
Karina detuvo el visionado del vídeo. La preocupaba el interrogatorio al que Gina estaba sometiendo a Jaime. ¿Se daba cuenta él del juego de la chica? Puedo que no. Los hombres pierden la cabeza cuando están ante una mujer que los hechiza. Bien, sería ella quien investigase a Gina. Tenía que investigarla a fondo. Tenía que saber quién era realmente esa mujer…
Gina se volvió hacia arriba y habló como recordando…
—Allá en mi país, en Sicilia, las familias rivales de la mafia combaten entre sí por dominar el territorio en el que están instaladas o por ampliarlo…
Gina se volvió hacia él para hacerle la pregunta:
— ¿Sucede lo mismo aquí con las distintas redes del narcotráfico?
—Lo mismo.
Ella no se conformó con esa respuesta tan escueta, e insistió.
—Explícame cómo competís. Ahora estoy metida en una red y debo saber cómo comportarme.
—Con naturalidad. Tienes que comportarte con absoluta normalidad. Esto no es Sicilia.
—Pero ha habido muertes: el joven que buscaba venganza, uno de tus colaboradores…
—Sí, pero no es lo normal. En cualquier negocio se compite. Competir significa tomar parte en una prueba para ser el primero. Es lo normal, tanto en los negocios como en el deporte.
—Ya. Pero en el deporte hay normas. Por ejemplo, los atletas no deben tomar estimulantes. Lo tienen prohibido.
—En los negocios no existe esa prohibición, pero los empresarios se disputan esos mercados para dominarlos. Los artistas, los escritores, los chicos y las chicas… todos compiten por triunfar. La competición es un hecho universal. Eso no es malo.
—No es malo si se respetan unos límites. Supongo que en el narcotráfico esos límites serán muy difusos.
—Cierto.
— ¿Quién es nuestro competidor principal? ¿De quién he de guardarme?
Jaime cerró los ojos. Unos segundos después dio un nombre.
—De Carlo Volpini.
Inmediatamente abrió los ojos, como preocupado por su indiscreción. Karina detuvo la grabación, rebobinó un poco y al visionar de nuevo se fijó en el rostro de Gina cuando escuchó la confesión de Jaime. Quería comprobar con exactitud la reacción de ella al oír ese nombre.
— ¿Quién es nuestro competidor principal? ¿De quién he de guardarme?
—De Carlo Volpini.
Gina le miraba con atención y cuando Jaime dio el nombre, la expresión de la chica denotaba que ese nombre no le era desconocido. Los ojos de Gina adquirieron un brillo especial, denotaban triunfo.
Karina estaba anonadada. Ahora supo que con Gina había introducido una víbora mortal en su establecimiento. ¿Cómo llegó hasta ella? Consideró de suma importancia recordar su primer contacto con ella…
Necesitaba una chica más y había acudido al Pub. ¿Había ido allí por indicación de alguien…? No, fue por iniciativa suya. Entonces… fue iniciativa plena suya, pero… Sí, había un “pero”, y es que no era la primera vez que acudía allí a buscar chicas. Era un Pub selecto y había allí chicas de alterne de gran calidad. Por lo tanto, alguien podía suponer que ella acudiría allí, antes o después, a buscar una chica. Esa suposición era válida. Bien, supuesto eso, ¿cómo se había relacionado ella con Gina? ¿De quién partió la in iniciativa? Intentó recordar… Cuando ella entró en el Pub se situó en un extremo del mostrador, como solía hacer en esos casos, y examinó una por una a todas las chicas que trabajaban en el local mientras se bebía a pequeños sorbos un gin-tonic. Gina se hallaba en el mostrador atendiendo a un cliente. El hombre era uno de esos pelmazos que no paran de asediar, un señor de cierta edad, bien trajeado, posiblemente de provincias, que después de una jornada de visitas de negocios, había decidido echarse una cana al aire ligando con una señorita profesional. Intentaba besuquearla y ella se resistía. En un momento de su relación, Gina asomó su rostro por encima de él y le dirigió a ella un guiño cómplice, de mujer a mujer, como queriendo señalar lo tontos que son los hombres en algunas ocasiones. Ella le había sonreído. Le había gustado ese detalle de Gina hacia ella, y a partir de ese momento la prestó mayor atención. Le agradó la forma como manejó al cliente, que por cierto se encontraba bastante bebido, y sobre todo la manera en deshacerse de él una vez que pagó la consumición.
Karina meditó sobre lo que había recordado. Ciertamente, nadie le había impuesto contratar a Gina. Directamente, no. Pero ¿subliminalmente…?
La pregunta quedó en el aire, sin una respuesta que fuera convincente, y se hizo a sí misma otra nueva: ¿Para quién trabajaba Gina? Si lo hacía para Don Carlos y él se enteraba a través de la chica de la grave indiscreción cometida, las consecuencias para Jaime podían ser fatales. ¿Actuaba por cuenta de la policía? ¿O recogía información para sí misma, como lo hacía ella con los micrófonos secretos? ¡Micrófonos! ¿Había grabado Gina sus conversaciones con Jaime Delibes y con otros clientes?
Eran muchas, y graves, todas esas posibilidades…
Suspiró. Decidió continuar con el visionado de la cinta.
— ¿Quién es?
—Olvida ese nombre. No debes recordarlo.
—Como quieras. Tú eres ahora mi jefe, y mi obligación es obedecerte –afirmó Gina, sumisa, pero con convicción.
—Buena pájara estás hecha, comentó Karina sin disimular su disgusto.
A Jaime se le veía ahora preocupado. Hubo un momento de tenso silencio. El examinó su reloj.
—Se está haciendo tarde.
— ¿Te traigo a la cama unas pastas y champaña? –preguntó ella obsequiosa, al tiempo que se incorporaba.
—Sí –aceptó él.
Gina se levantó con rapidez, colocó una segunda almohada sobre la cama y ayudó a Jaime a sentarse. Luego, el cuerpo desnudo de ella se movió con la rapidez y la esbeltez de las gacelas. Preparó dos mesitas de cama, sobre las que colocó dos bandejas de pastas y dos copas de champaña. Se acercó graciosa hacia Jaime.
—Come y bebe, cariño.
Karina observó con atención ese momento. ¿Cuál era la reacción de él como respuesta a las zalamerías de la chica? Ninguna. Había en él pasividad y preocupación.
Gina se sentó junto a él y comenzó a comer. Mientras lo hacía, habló con una animación que a Karina se le antojó ficticia, forzada, sobre su juventud en Sicilia, sobre los países que le gustaría conocer, sobre sus hobbies. Jaime escuchaba en silencio.
— ¿Cuáles son tus aficiones, cariño?
— ¿Qué? –inquirió él, saliendo de su abstracción.
— ¿Qué aficiones tienes? ¿Qué te gusta hacer en los ratos libres?
— ¡Ah! Intenté aprender a jugar al tenis.
— ¿Juegas al tenis? –Le preguntó ella, volviéndose hacia él, con un entusiasmo que para Karina era absolutamente fingido–. ¡Eso es maravilloso!
—Juego mal. Tengo poco tiempo libre para practicar.
Karina siguió visionando con un interés decreciente. Ahora Gina intentaba relajarle, inspirarle confianza, amortiguar la preocupación que observara en él. Se mostraba cariñosa, insinuante. Intentaba inspirarle amistad. Le trasmitía desesperadamente mensajes subliminales en el sentido de que ella era su amiga, que podía confiar en ella, que estaba con él. Llegó al final de la grabación sin que nada importante hubiese sucedido. Lo delicado se había producido anteriormente. Luego vinieron los intentos de tapar aquello.
Karina rebobinó la cinta. Era urgente que ella consiguiese una completa información sobre la mujer y para ello utilizaría los servicios habituales del ex–policía a quien encargaba el seguimiento de los clientes desconocidos, para identificarles y clasificarles debidamente.

_________________________________________

© XABIER GEREÑO-FROILÁN DE LÓZAR
RUEDA DE TRAFICANTES
© PORTADA Y MAQUETACIÓN: Froilán De Lózar
ISBN: 9789464855098

Primera Edición, Julio de 2023


Impreso en España
Editado por Curiosón
https://www.curioson.es
publicado vía Mibestseller.es

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©  Curioson

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