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La levedad de nuestro vivir

En el mismo día -igual que sol entre nubes- la alegría da paso a la tristeza y el dolor, en alguna de sus manifestaciones, anula nuestra capacidad de ser felices. Somos vulnerables, de ahí nace la dificultad para ser fuertes ante lo que nos desagrada o nos hace daño. Una película "La insoportable levedad del ser" que, antes, fue gran novela en la mente privilegiada de Milan Kundera, bastó a miles de personas para hacernos reflexionar sobre la vida personal en su doble vertiente: el difícil peso del día a día y el sabernos dolorosamente solos ante la levedad de nuestra existencia.


Retrato | @Francisca González del Castillo

Este verano mi madre, que cuenta 91 años y cinco meses y mantiene la esperanza de seguir adelante con la cabeza despejada y el corazón dispuesto a la ternura de hijas, yernos, nietos y biznietos, me hizo volver al tiempo de la memoria azul, desnuda de silencio y temor. Conversábamos y, de pronto, quedó callada mientras añadía: !qué corta es la vida!...

Mamá, le dije: !ya me gustaría a mí llegar a tu edad!. Sus palabras me demostraron que ella, sin leer a Kundera, había llegado a la misma conclusión. Ambas nos miramos. Me levanté para abrazarla y sentí en su pecho una respiración entrecortada y adiviné en sus ojos lágrimas que no pedían permiso para salir a la luz. Arriba, el cielo se mostraba en todo su esplendor y una ligera brisa movía las hojas de los árboles. Cantaban las gallinas del vecino anunciando gozosas la puesta del huevo obligado, y los pájaros, alegres, que para eso picaban, no el sembrado del padre de san Antonio, sino manzanas, peras, y ciruelas, y los primeros higos que, por quedar muy arriba en el verde castillo de la higuera, ya no nos atrevemos a coger.

Nada hacía presagiar que la tristeza ganaba altura en nuestros sentimientos. Pero somos seres humanos, frágiles y vulnerables, expuestos a la inclemencia del miedo y de la duda, a la incertidumbre de un mañana que, tal vez, no veremos. Todo ello causa pena o dolor, y nos permite ser conscientes de que no podemos, al igual que le sucedía al caballero ante la llegada de su propia muerte, alargar un solo minuto nuestra corta vida.

Comprendí el desamparo de mi madre ante el futuro, siempre impredecible. Y la quise un poco más, aún.




Sentir de la palabra
Una idea de Carmen para Curiosón

5 comentarios:

Javier Terán dijo...

Desde luego, Carmen, a veces no somos conscientes de que en cuestión de segundos, por motivos varios, se puede pasar de la alegría a la pena, en este frágil existir que tenemos y con el que convivimos día a día. Es así que hay que apostar por celebrar los momentos de dicha, que a veces no es que abunden precisamente. Saludos.

FGC dijo...

Es la vida misma, que consiste en eso: tristeza, alegría, momentos de calma, agitación, miedo, pero también Esperanza, felicidad...etc. y hay personas que construyen una vida relativamente tranquila y feliz y otras encuentran todo lo contrario por el camino. Muchas veces se debe a las decisiones que toma cada uno en la vida, no es el azar, al menos en un cien por cien. Cada cual se labra su destino, aunque a veces los obstáculos que encontramos en el camino nos impidan ser felices del todo, pero concluyo igual que empecé, así es la vida, si solo fuera un camino fácil tampoco tendría sentido, las dificultades y vivencias forjan nuestro carácter.

Julián González Prieto dijo...

Querida Carmen: Mucho me ha impresionado tu artículo. Aparte de su belleza literaria que, en este caso para ti, creo es lo de menos, lo que dices me ha hecho reflexionar para bien y te lo agradezco. Y qué decir del no menos impresionante retrato hecho por la genial Paqui. Felicidades a las dos.

Alfonso Santamaría Diez dijo...

Hoy, Carmen, sentí tu pena y dolor y entendí lo fácil que es pasar de ser feliz a sentir tristeza y sufrimiento por tantas penas que llegan, a veces sin avisar. Sentí tu felicidad al tener con vida a tu madre, y después me vino a la memoria tu penas más amarga y dolorosa cuando tu querido Marcelino se despidió de ti y te dio el último a dios.
Qué bien acompaña tu gran relato ese magnífico retrato de la gran pintora salmantina Francisca González del Castillo.

Amaia Larrea Elgorriaga dijo...

Precioso escrito con el que me veo reflejada. Aplausos para Carmen.

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