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Una de las tradiciones fuertemente arraigadas que imperaban en nuestros pueblos durante las noches del verano, en un tiempo en el que todavía la televisión no había llegado hasta allí, era salir a la puerta de las casas después de cenar, provistos de una silla para poder sentarse y allí, en comandita con los convecinos más próximos, entablar una pequeña tertulia para hablar de lo humano y lo divino; mientras al frescor de la noche las gentes se liberaban de los calores tan asfixiantes del día e intercambiaban su ración de noticias, aliviaban sus cuitas y penas que les afligían o compartían sus alegrías, que también las había. Y aquello tenía un nombre parece que evidente: salir al fresco.
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| El Campo | @Pumar59 |
Y era allí, al frescor de la noche, cuando se hablaba en primera persona sobre las faenas del campo por activa y por pasiva; porque no en balde era el tema central del momento, que les ocupaba y preocupaba a cada uno de los vecinos durante cada uno de los días del caluroso y largo verano. Departiendo, a la par, sobre cómo de bien o de mal se estaba mostrando el verano en cuanto a sus cosechas; de las cargas de trigo, cebada o avena que presumían recoger aquel año; de la buena o mala pinta que tenían los sembrados situados en tal o cual paraje del pueblo, y hasta, al acabar las horas al fresco, se ponían en común las tareas que cada uno de ellos habían previsto ejecutar para el día siguiente. Claro que, como ese día siguiente al que hacían referencia, las faenas del campo exigían madrugar un tanto por los trabajos a realizar y por las distancias hasta las fincas, así como por evitar en lo posible los rigores climáticos de las horas centrales del día, tampoco es que estas tertulias nocturnas se extendiesen demasiado en el tiempo de la noche.
Entretanto nosotros, los chavales, liberados ya de las tareas escolares, andábamos en aquellas horas ocupados en nuestros juegos en los alrededores, mirando de reojo al grupo de vecinos, porque sabíamos que mientras no se disolviesen, no había inconveniente para seguir gozando de tiempo para continuar en la calle a nuestro aire; sabedores también de que cuando se nos llamase para recogernos, debíamos finalizar nuestros juegos y acudir prestos a casa. A veces, estando todo el pueblo al fresco con sus convecinos, aparecía de pronto como por arte de magia un aire frío en exceso y acompañado de una cierta fuerza en su acción, al que en el lugar conocíamos como cierzo, que se iba apoderando a pasos agigantados del ambiente tan amable habido hasta entonces. Y había que recoger de pronto los bártulos y retirarse al interior de la casa; por lo que a los chavales nos entraba la duda de si nos llamarían pronto a retirarnos o nos dejarían todavía algún tiempo más. Así que, en previsión de lo primero, acelerábamos un tanto el desarrollo del juego que estuviésemos ejecutando en aquel momento. En cambio, había otros días en los que la temperatura en la calle a aquellas horas era tan agradable y se estaba tan a gusto en el exterior, que a todos, tanto a niños como a mayores, nos daba una cierta pena el tener que retirarnos a descansar; pero la jornada del día siguiente sería de nuevo dura y comenzaría incluso con las primeras horas del amanecer, por lo que no nos quedaban muchas posibilidades de opción a aquella hora de la noche.
Y así durante todo el verano que, aunque repleto de un trabajo duro y agotador cada uno de sus días, había también un tiempo para la confraternización familiar y entre convecinos en esas horas de la salida al fresco a las puertas de las casas, que resultaban gratas y llenas de contenido.
Y nosotros, los chavales, contentos como unas castañuelas.
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7 comentarios:
Que bueno Javier...Me identifico totalmente con tu relato. Tengo 59 años y de niño viví todas esas sensaciones en mi pueblo, Autillo de Campos. Gracias por devolverme por unos instantes a una época tan feliz. Abrazo fuerte.
Sentarse al fresco o tomar el fresco, etc, costumbre que hoy día sigo practicando, afortunadamente, porque con días tan calurosos se agradece muchísimo. Y como soy de pueblo, vivo en el pueblo y no merece la pena ver nada en la televisión pues qué mejor tarea que tomar el fresco para aliviarse de los calores del día, es uno de los placeres que todavía perviven en casi todos los pueblos y que recuerdo muy bien cuando salíamos de niños a jugar también. Quizás lo que ya no perviva tanto es sentarse a la solana los días de invierno, costumbre parecida, pero durante el día para aprovechar esas horas de sol.
Efectivamente en mis tiempos de chaval eso hacíamos en el pueblo. Buen día amigo
Cuantas cosas se han perdido. Sobre todo con las nuevas tecnologías, 😢😢😢
Cuantas cosas buenas se perdieron con el paso del tiempo, con la desaparición de aquellos vecinos que salían a la calle a tomar el fresco, ahora apenas sale nadie porque es más entretenido ver la televisión o estar pendiente del móvil. Yo también, como Javier y Julius viví esas sensaciones, que quedaron para el recuerdo, el que tu nos traes hoy Terán. Ahora veo más personas mayores en la solana que por las noches, es cuestión de salir a tomar el sol, más que a tomar el fresco.
Me pareció una historia adecuada para este tiempo, ahora que recurrimos con frecuencia a los recuerdos. Y estuve buscando entre miles de fotos una que "tiré" en Lebanza hace muchos años, a un buen grupo de vecinos que salieron a tomar el fresco. Hace unas semanas, cuando bajaba con Estalayo de el Curavacas, pudimos comprobar que aquella plaza estaba muy animada de gente, como antaño.
Muchas gracias, amigos, por vuestros comentarios desde el hoy a este pequeño retazo de la vida del ayer, cuando todo se desarrollaba con infinita calma y había tiempo hasta para tomar el fresco en las noches de verano de nuestros pueblos, tras una larga faena en el campo o en la era.
Y qué bueno que todavía se siga practicando en muchos de estos lugares que en el tiempo del verano se vuelven a ver concurridos de gente.
Me alegra haber podido traeros algunos tiernos recuerdos del ayer. Saludos.
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