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Comienza la proyección a toda máquina

De repente, un determinado día, ahora bastante lejano ya en la memoria, rompiendo sorpresivamente la extensa calma de la tarde del pueblo, irrumpía a través de su calle principal el vistoso carromato de unos alegres y risueños titiriteros, tirado por dos esqueléticas y cansadas mulas. La chiquillería, que en aquellos momentos jugábamos despreocupados como todas las tardes en las inmediaciones de la plaza, interrumpíamos de súbito nuestros juegos alertados por el sonido un tanto ronco de las ruedas del carro al rozar sobre el pavimento de la calle. Y, en un instante, nos colocamos a su lado, escoltándolo desinteresadamente.


El titiritero Juan de las Viñas, por Alba y Ortego. Imagen publicada en El Museo Universal en 1860.
De Francisco Ortego - Fundación Museo de las Ferias, Dominio público.

La pareja de perros, polvorientos y cansados, que caminaban atados al carro, hasta debieron agradecer de buen grado nuestra presencia, luego de las intuidas horas de soledad vividas en la carretera. Y la algazara y el griterío que protagonizábamos todos los chavales en el recorrido, hizo que un buen número de vecinos se viesen obligados a asomarse al exterior de sus casas para tratar de observar lo que ocurría en sus entornos. Tras el paseo, los titiriteros acamparían en una amplia era al lado del caserío del pueblo; cuando en el horizonte el astro rey comenzaba ya a declinar y los inquietos y escandalosos vencejos revoloteaban sin parar en torno al campanario de la torre de la iglesia. El que aparentaba ser el jefe de aquella pequeña familia de titiriteros, nos pidió con gran simpatía que les acompañásemos a continuación en la ronda por todo el pueblo para dar a conocer la inmediatez del espectáculo; lo que nos hacía disfrutar del festejo por adelantado. La velada se anunciaba a bombo y platillo para las diez en punto de la noche. Y en ella, se iba a poder presenciar, aparte de las habilidades y destrezas casi circenses de una singular y simpática cabra, algo nunca visto hasta ahora en aquella localidad, las evoluciones y movimientos altamente sorprendentes, casi mágicos incluso, de un bello corcel de color blanco que, sin embargo, no iba a estar presente de manera física y real en la sala, sino que permanecía siempre encerrado en el pequeño espacio interior de una reducida caja de metal más bien plana.

Luego, comprobaríamos que el arte consistía en la proyección sobre una de las paredes del local, a la que previamente se le había adherido una gran sábana blanca, de un sinfín de imágenes, animadas y sonoras a la vez, en continuo movimiento siempre, acompañadas de multitud de efectos especiales. Se anunciaba el evento con el pomposo y rimbombante título de: "El Caballito Huracán".

Uno de los titiriteros, en su afán de aquilatar seguramente lo más posible el lugar concreto de la representación, anunciaba con meridiana claridad, una y otra vez, que ésta se llevaría a cabo en la céntrica y cómoda "Casa de Conejo" del pueblo; cuando su denominación real, y eso bien lo sabíamos todos nosotros, obedecía al nombre de "Casa de Concejo". Confusión, no sabríamos nunca si intencionada o no, pero que fue acogida con grandes risas por los habitantes del pueblo. La noche, entretanto, iba cayendo paso a paso en torno al pueblo y sus alrededores, y las gentes iban y venían en un andar apresurado, al estar próxima la hora anunciada para el comienzo de la velada. En tanto los más pequeños, ¡cómo no!, nos mostrábamos inquietos por demás esperando nerviosos la hora del inicio de la función. Así que, a la hora señalada, estaba el local ya de bote en bote. Por lo que al cabo de unos pocos instantes, se haría sin más el silencio... Y la música que anunciaba el inicio de la tan ampliamente publicitada función, inundaría el recinto por los cuatro costados. Algunos números de funambulismo y acrobacia se fueron desarrollando, sin apenas pausa, unos tras otros. Dando paso luego a las hábiles y graciosas evoluciones, no carentes de algún cierto riesgo menor, protagonizadas por una simpática cabra perfectamente adiestrada para el evento.

Pero lo verdaderamente novedoso y mágico a un tiempo, el plato fuerte, vendría a continuación, entre nuevos y acalorados aplausos del respetable. El silencio se hizo entonces todavía mayor, esperando contemplar de inmediato algo grandioso y maravilloso a la vez; ¡lo nunca visto!, pensarían muchos. Pues la desconocida máquina que se había podido ver en la parte de atrás del local, así lo hacía presagiar. De súbito y, ¡a toda máquina!, se produjo el milagro: sonó con fuerza la música y sobre la pared del frente, cubierta por una gran sábana blanca, apareció, cabalgando "sobre el aire", la figura recia de un jinete a lomos de un bello ejemplar de corcel blanco, bajo un fondo de verdes prados donde pastaban tranquilamente algunos caballos más y unas nevadas montañas un tanto cercanas. Los múltiples rayos de luz que proyectaba hacia el frente aquella desconocida máquina, se espetaban sin pausa contra la pared revestida de blanco y producían una ligera luminosidad en el local; suficiente, no obstante, para que nos pudiésemos dirigir entre nosotros más de una mirada cargada de complicidad y sorpresa ante lo que nuestros ojos estaban contemplando: ¿Cómo era posible que aquel caballo galopase por aquella pradera, sobre una pared completamente plana a la que se había adherido previamente una simple sábana. No lográbamos salir de nuestro asombro. Al final del acto, el jefe de los titiriteros anunciaría que, en vista del éxito y en agradecimiento a aquel entendido y amable público del lugar, al día siguiente volverían a representar la función íntegramente. Por lo que nos sería dado el privilegio de poder volver a contemplar las aventuras de aquel simpático e intrépido "Caballito Huracán”.

Para todos nosotros, habitantes cotidianos de aquel pequeño pueblo, una gran parte de la carga de magia y de espectacularidad que envolverá para siempre al cine desde su invención, acababa de instalarse en nuestro interior en aquellos precisos momentos, a través precisamente de la propia retina de nuestros todavía sorprendidos ojos. Tendrían que pasar unos cuantos años más todavía hasta que este particular invento del ser humano nos resultase aún mucho más cercano y comenzase a reflejar en sus preclaras imágenes los problemas y las situaciones concretas del entorno. Pero seguro que este primer, aunque corto contacto con la magia del cine, no se nos iba a borrar por tan pronto de la mente. Y trasladaríamos ilusionados la impresión de aquella pequeña aventura a nuestros descendientes de generaciones posteriores. Desde aquel día, desde aquel mismo instante, incluso, la vida de muchas de las personas de aquel modesto y sencillo pueblo, ya no iba a ser igual. Viviríamos durante algún tiempo marcados de alguna manera por la impactante experiencia de la que acabábamos de ser protagonistas. Tardaría unos cuantos años aún la televisión en llegar hasta la mayoría de nuestras casas. Y sería entonces aquél un buen momento, al calor del hogar, para rememorar junto a los nuestros aquel día, un tanto lejano ya, en el que, de la mano de unos sencillos y alegres titiriteros, tomamos contacto por vez primera con los reflejos externos de ese mundo mágico y misterioso a la vez, que sólo el cine es capaz de crear.

Y todo ello, a través de la proyección de un conjunto de secuencias encadenadas, imágenes en movimiento, ¡“a toda máquina”!, desde un viejo y muy primario cinematógrafo. Y con una historia, sin un argumento demasiado definido tal vez, pero cuyo nombre, "El Caballito Huracán", iba a quedar grabado por mucho tiempo en nuestro más íntimo recuerdo.





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6 comentarios:

Alfonso Santamaría dijo...

Tira hoy Terán de su buena memoria y nos cuenta la historia del “Caballito Huracán” y de los titiriteros, a quien quienes peinamos bastantes canas les recordamos en su deambular por los pueblos, esos faranduleros que son personajes de toda la vida, como demuestra esa original imagen de 1860, del titiritero Juan de las Viñas.
Terán nos cuenta hoy, y muy bien, una historia de interés con su peculiar narración poética, y nos traslada a la niñez más temprana. Quien no recuerda a esa entrenada cabra y el cine de sábana blanca con números de funambulismo y acrobacia, una manera de llevar el cine a los pueblos, teniendo en cuenta que la televisión no se implantó en España hasta 1956. El arte y movimiento en vivo de la cabra tenía para mí más interés que el cine mudo

FGC dijo...

Entrañables momentos que yo he vivido a medias, a mí ya me pillan muy, muy lejanos, sobre todo lo del cine, pues en mi pueblo teníamos un cine que también hacía las funciones de salón de baile para la ocasión, todavía lucen sus letras desgastadas, como símbolo de épocas mejores, allí veíamos los peplums o películas romanas como Benhur o la Caída del Imperio Romano y más tardíamente las de Bruce Lee. Pero lo que sí he vivido, sorprendentemente, es lo de de la cabra, y es exactamente como lo describes, en una tarde calurosa de verano, allá al atardecer se presentaban unos pocos titiriteros con una cabra y tocando una trompeta o similar, toda la chiquillería nos arremolinábamos en torno a ellos para disfrutar de las sencillas acrobacias de una cabra que se mantenía firme sobre un pedestal bien estrecho, o saltaba atravesando un aro. Todo muy sorprendente para nuestros ojos infantiles, porque en los pueblos la televisión llegó bien tarde y entonces no la veíamos casi nada, solo los adultos en algún bar o en alguna casa que se hubiera dado el lujo de comprar una para ver la escasa programación de entonces. Bonitos recuerdos los que nos traes hoy. .

Froilán De Lózar dijo...

Aunque ya tengo años, yo recuerdo aquellas funciones que se hacían en la vieja escuela, un edificio que luego se vendió y donde acudíamos todos los pequeños impresionados por todo lo que allí se iba viviendo. Pero tampoco me vienen tantos recuerdos como los que tú has has desarrollado en este relato. Seguro que los lectores tienen buena memoria y animo a que nos lo cuenten en este espacio. Un abrazo, Javier.

J. Javier Terán dijo...

Muy agradecido por vuestros prontos y cariñosos comentarios, Alfonso, FGC y Froilán, a mi relato de hoy, aquí en nuestro Blog. Y también a Carmen Arroyo que me lo traslada aparte.
Y me alegro especialmente de que mis palabras os hayan llegado tan adentro de vuestro pensamiento, hasta el punto de lograr desempolvar esos recuerdos del ayer cuando chavales, que tanto nos llamaban la atención, encontrándonos felices con cualquier novedad que llegase al pueblo, como era la presencia de estos titiriteros y su ambiente tan especial que lograban crear.
En el caso de mi pueblo, el recuerdo de aquel acontecimiento fue tal cual lo relato. Y es que debió marcarnos tanto, que aún en el momento presente parece resultarnos tan cercano. Saludos.

José Luis Gregorio dijo...

Me acuerdo perfectamente de haber vivido esos maravillosos años tan lejanos.
Inolvidable lo de los titiriteros y los malabarismo que hacían por los pueblos y calles de Palencia, yo recuerdo verles actuar en la calle Santiago, con la famosa cabra que llevaban, en fin lo recuerdo con cariño.
El cine mudo en aquellos tiempos muy bonito, sobre todo con las películas de humor, el gordo y el flaco, Charlot etc.

Nuria de Espinosa dijo...

Siempre es un placer pasar por tu blog. Recuerdos imborrables. Un abrazo

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