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¡Blanca Navidad!

En aquellos años del pasado cuando chavales –bastantes años ya mirando hacia atrás, pues al día de hoy ya peinamos canas unos y otros-, todas las Navidades eran blancas sin distinción. Y es que la nieve caía a grandes copos, sin pausa y a discreción casi sobre las calles y los campos de nuestros pueblos y ciudades, y sobre los tejados de las casas. Pero para nosotros, a quienes no se nos ponía por delante nada, no había tampoco ningún fenómeno atmosférico, como éste de la nieve, que no pudiésemos capear de la forma que, seguramente, menos convenía en ocasiones.



Y era entonces cuando, tras rescatarlo del trastero, nos colocábamos nuestro calzado favorito, nuestras botas de goma, aquellas familiares “katiuskas” cuyo nombre técnico tanto nos costaba pronunciar con claridad, y salíamos a la calle a enfrentarnos a la nevada en un sinfín de incruentas batallas a base de bolas de nieve; donde apenas si habías puesto un pie en la acera y ya te estaban lloviendo las bolas por todos los lados. Y así durante el tiempo que hiciese falta, hasta que por fin cansados, dábamos por ganador, porque sí, a un equipo sobre el otro.


Claro que, también a veces, en medio de la ventisca, nos entraba la vena creadora y, teniendo la materia prima a un palmo de nosotros, no perdíamos la ocasión de, sin ningún tipo de diseño previo, construir frente a los grandes ventanales de la escuela un gran muñeco de nieve, que llamaba poderosamente la atención de chicos y grandes por su gran tamaño y por su disposición frontal para con la escuela, asomándose casi a sus ventanas.




En tanto, la nieve seguía regalándonos su blancura inmaculada a grandes copos, se mirase por donde se mirase. Y, cuando todo a nuestro alrededor estaba cubierto de un manto blanco e impoluto en su totalidad, la llegada de las grandes heladas nocturnas dejaba el panorama mucho más crudo todavía. Que era justo cuando, día tras día, se helaba el agua de los arroyos, convirtiéndolos en auténticas pistas de hielo, que no nos resistíamos a estrenar deslizándonos por ellas una y otra vez, con las correspondientes caídas de hito en hito. Y cuando a la par, de los aleros de los tejados pendían sobre la calle aquellos puntiagudos chupiteles de hielo que, por efecto de los muchos grados bajo cero del exterior, había congelado la nieve de los tejados que comenzaba a derretirse, adquiriendo caprichosas formas que a nosotros nos llamaban la atención; no dudando en dar una ronda por el pueblo para observar estas figuras de hielo. De otro lado, hacía algunas fechas ya que la pareja de cigüeñas que habitaba en lo más alto de la torre de la iglesia había emigrado a tierras más cálidas tras la llegada de los primeros fríos y las primeras heladas. Así que, al caer la tarde, mientras perseguíamos a algún grupo de pájaros por los alrededores de la iglesia, aunque nuestras miradas se dirigiesen hacia la torre, sabíamos que no íbamos a encontrar allí a nuestras amigas las cigüeñas, que siempre nos impresionaban por su gran tamaño y su particular modo de saludarse chascando o entrechocando el pico durante unos segundos; lo que para nosotros fue siempre “majar el ajo”.



Mientras, la nieve seguía cayendo sin pausa y convirtiéndose casi en nuestra amiga más fiel también aquel invierno. Lo que nos hacía recordar que la Navidad estaba pronta en llegar, para envolver con su magia todo a nuestro alrededor. Donde nosotros ocupábamos un lugar preponderante. Han pasado los años, y ahora, cuando apenas nieva ya por estos lares, salvo alguna pequeña muestra nada parecida a aquel entonces cuando las nevadas alcanzaban muchos centímetros de espesor, reparamos en que aquella ¡Blanca Navidad! de entonces, colmaba nuestras expectativas en todos los sentidos, pasando a ser nuestra Navidad preferida en el recuerdo.

Y, desde el hoy, ¡FELIZ NAVIDAD! para todos.

Reportaje gráfico
Ricardo Cajigal | La Nevaona de 2015 | San Salvador de Cantamuga





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Una idea de Javier para Curiosón

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9 comentarios:

Froilán De Lózar dijo...

Hoy en Curiosón la felicitación nos llega de la mano de Javier Terán, que pone el texto en su sección de Historias cercanas con las fotos de la Nevaona de 2015 que firma Ricardo Cajigal desde San Salvador de Cantamuga.
A todos, de corazón, Feliz Navidad.

J. Javier Terán dijo...

Estupendo tu tratamiento en el Blog a mi entrada sobre la Navidad y la nieve de aquel entonces, Froilán. Unas fotos espectaculares de aquella gran nevada del 2015 en San Salvador. Creo recordar que hubo algunas carreteras del Norte que las máquinas quitanieves que teníamos por aquí no lograban despejarlas y tuvieron que traer máquinas especiales de fuera, de las que se usan en las pistas de nieve. Muy adecuadas las fotos a cada uno de los momentos del relato. Agradecido por ello.
Feliz día de Navidad !! para todos. Saludos.

Alfonso Santamaría dijo...

Entrañables recuerdos en este día de Navidad, me llegan de la pluma de Javier Terán, recuerdos de nevadas intensas, de chupiteles de bolas de nieve, de aquellos inviernos que como decía mi madre comenzaban en los Santos y acababan muchas veces casi en Semana Santa, cuando esta era en marzo. Ya no hay chupiteles o carámbanos, es difícil que nieve, pero en la Montaña Palentina, y de Osorno para arriba nevará. El tiempo es caprichoso en estos últimos años, nieva más a partir de enero, en febrero, y a veces en junio, el caso es que no vuelva a ocurrir como aquella gran nevad de 2015, que queda para la historia con las fotografías de Cagigal. Desde Bilbao, tierra donde pace Froilán FELIZ NAVIDAD, a todos los lectores de CURIOSÓN, y un abrazo grande a Froilán De Lózar su director, y como no a Javier Terán, autor de este apasionante relato, que me ha trasladado a mi niñez.

FGC dijo...

Yo no recuerdo una Navidad sin nieve en mi niñez, y salíamos a la calle a jugar también con las bolas de nieve, hacíamos muñecos y jugábamos a tirar los chupiteles de los tejados, que a veces eran impresionantes. No, la Navidad de ahora no es como antes, entonces eran más entrañables los días que pasábamos sin escuela y donde toda nuestra diversión era la calle, aunque estuviera cubierta con un manto de nieve. Muchas gracias por recordárnoslas.

Julius Revolution dijo...

Bonitos recuerdos de esa época de juventud y nieve. En Autillo, aunque nevaba menos, también lo hacía a veces y era una enorme alegría para los mas chicos. En cuanto a los chupiteles, los tirábamos de los tejados y los chupábamos, supongo que de ahí el nombre de chupiteles...

Herminio Revilla (Museo-Casa Taller) dijo...

Los que ya tenemos una edad avanzada y somos de la zona, bien podemos recordar aquellas intensas nevadas, que en algunos casos superan el metro, más los neveros que el viento formaba. Los vecinos de cada pueblo tenían la obligación y con pala, de abrir senda para poder comunicarse entre ellos. Era muy duro, y sobre todo para aquellos pobres mineros que tenían que desplazarse andando de los pueblos hasta la mina.

J. Javier Terán dijo...

Muchas gracias por vuestros comentarios a mi relato sobre aquellas otras Navidades, cuado nevaba de verdad: Froilán, Alfonso, FGC, Julius y Herminio. Y me alegro que esas imágenes de nieve que nos ha puesto Froilán, junto a mis modestas letras, os hayan traído esos bonitos recuerdos que felizmente narráis en vuestros comentarios. Y es que, en efecto, todos guardamos con cariño esos recuerdos de cuando niños, con la nieve de nuestros pueblos y ciudades como protagonista imprescindible de nuestras correrías por las calles.
Y mi deseo ahora es que las Navidades estén transcurriendo gratas para todos. Saludos.

Marcos dijo...

Un repaso entrañable de aquellas vivencias de críos con mucha imaginación, tiempo libre vacaciones y libertad de maniobra, disfrutábamos en compañía de nuestros amigos.

Las fotos que acompañas son una preciosidad. Algunos chupones de hielo te trasladan al interior de cuevas escondidas en montañas ignoradas.

Extrañar el “majar el ajo” que hacían las cigüeñas migrantes es un detalle muy personal que atrapa imágenes de recuerdos propios.
Os deseo de corazón una MUY FELIZ NAVIDAD.

J. Javier Terán dijo...

Muy agradecido por tus comentarios, Marcos, que han puesto la guinda sobre el pastel en mi relato de la Navidad y la nieve. Me alegro te haya gustado y traido al presente tan bonitos recuerdos. Saludos.

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